Vividores del asilo

Gerardo Maldonado Zeas

Se fueron para México, a cantar mariachis con Patiño, el itinirante Ochoa y los amigos del foro de Sao Paulo. Al fin lo hicieron aprovechando el respeto de la actual Cancillería al Derecho Internacional, y a los países que conceden asilo a quienes hacen malabares para hacerse pasar por perseguidos políticos, o simplemente están convencidos por razones ideológica que deben darles protección.

Cuando Gabriela Rivadeneira, el emplumado Viteri Gualinga, Soledad Buendía y su marido, el ex miembro del CPCCS, Edwin Jarrín ya tramitaban asilarse en la Embajada mexicana en Quito, su estrategia era clara: victimizarse como todos sus amigos de la misma ralea, para hacer creer a los más ingenuos de que se trata de una persecución política, y así ir preparando el escenario para volver con la frente en alto a tomarse el poder. Vieja táctica populista, en la cual el pueblo con poca educación política cae redondito.

Siempre concebí al Asilo como una noble institución que concedía a los perseguidos políticos de verdad, cuyas acciones trascendían por su trabajo orientado a grandes causas u objetivos incomprendidos vistas como atroces por los dictadores de turno de los países que confinaban la democracia a sus designios, y que estaban reguladas por diversas normas internacionales con obligaciones y responsabilidades tanto para los países que los recibían, como para los solicitantes del asilo.

López Obrador, es el nuevo alcahuete de cualquier vividor que hace de la limosna ideológica paternalista y el cobijo de otros países, su refugio para seguir menoscabando la noble misión del ejercicio de la política, cuyo único objetivo debería ser el servicio a la sociedad sin prebendas ni afanes personalistas, o de grupo.

México lindo y querido, se ha convertido en el patio trasero de quienes con un poder económico inmenso huyen de la justicia. Deben tener fuentes de financiamiento extrañas, porque de intelectuales, para vivir de libros de su autoría, conferencias o contribuciones a la sociedad, no tienen un ápice. (O)