Siempre

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

La verdad, no sé si será amor, manía o locura. Y ciertamente es difícil de explicar, para quien no lo vive y lo siente. Explicar, decía, este cariño desmedido que los futboleros sentimos por nuestro club. Ese sentimiento esencial y primario que nos hace perder la cabeza por los destinos de ese club y esa camiseta que son, hace rato, embajadores de la identidad.
Y sí. Yo también me lo pregunto, mientras camino envuelto en los colores de mi amado Cuenquita, las tres cuadras que separan mi oficina de la tribuna sur. Viejo graderío que conocí con mi viejo hace más de treinta años y del que, desde entonces, no he podido (ni he querido) separarme. Claro que me lo pregunto. ¿Cómo se puede querer tanto a un equipo de fútbol? ¿Cuáles son los mecanismos del corazón que se ponen en marcha toda esa lealtad y esa constancia?
Eso sí, algo queda claro: es un cariño que enseña lecciones. El fútbol, la cosa más importante entre las cosas menos importantes como le gustaba decir a Galeano, enseña cosas que luego sirven en la vida. La determinación de seguir allí. De seguir queriendo pese a los malos ratos, que son muchos, y las clarinadas de triunfo, que son pocas, pero pagan con creces los días grises. Y desde luego, no hablo aquí de los grandes clubs europeos que pierden dos partidos en todo el año. Esa es una lealtad demasiado fácil que me parce más cosa del marketing que de la identidad. No. Yo hablo de nuestros equipos. Esos que un año pelean la punta y al siguiente pelean el descenso. Esos donde el cariño este hecho de sacrificios y nostalgias que vienen desde la infancia y van tejiendo la historia del club con nuestra propia historia. Ese amor que no pide razones. Incólume. Inclaudicable. Ese que se parece a la vida.
¡Vamos leones! ¡Vamos Cuenca querido! Inicia una nueva temporada. ¿Qué se viene un año complicado? ¿Qué la cosa no pinta fácil? ¡Bah! Nunca lo ha hecho. Y nunca, tampoco, nos ha detenido. Aquí estamos de nuevo. Los de siempre. Como siempre… (O)