De la gula al ayuno

María Eugenia Moscoso C.

A la voz del Carnaval, la fiesta nos convoca al exceso y a la gula. El mote pata guisado con pepa de zambo, el buen tamal cuencano y los dulces de las más variadas frutas de nuestra serranía: los higos, el membrillo, el albaricoque, el capulí y el durazno deleitando nuestro paladar, con el “pucha a perro”, el buen mestizo de la abuela, relleno de queso pintado con achote y matizados por un drake o un canelazo, para amainar el exceso de la comida y del frío ocasionado por la bomba bien lanzada o por el baldazo, fuertemente derramado, sobre el ingenuo degustador de estos manjares carnavaleros.
Desde Don Carnal, quien hace su arribo en la fiesta de las aguas y de los sabores, para conminar el sentido del gusto en su más elevada expresión, llegará Doña Cuaresma destacando la moderación, la abstinencia de la carne y la limitación de la comida y la bebida, expresadas en el ayuno.
El miércoles de Ceniza da inicio a la Cuaresma y desde el desenfreno carnavalezco, sobrevendrá el ascetismo y la oración, para allanar el camino que nos conduzca al viernes Santo, día de recordación de la muerte de Cristo en la Cruz. Época de oración y sacrificio, que desde la cocina estará expresada en la preparación de la fanesca, comida frugal de la Semana Mayor, guisada con los doce ingredientes que representan a los doce apóstoles, asegurando el sabor y el gusto del paladar, en esta época de abstinencia y de ayuno. (O)