Malas palabras

Marco Carrión Calderón

En el III congreso internacional de la Lengua Española en Argentina, 2004, el escritor y humorista argentino Roberto Fontanarosa, dio una deliciosa e inolvidable conferencia sobre el tema del que quiero ocuparme ahora.
Entre otras cosas decía ¿Quién define lo que son las malas palabras? ¿están reñidas con la moral? Quizá sí pero ¿quién determina que esto ocurre? Y no es que se llamen así por ser de mala calidad o que se deterioran por el uno pues cada vez están más fuertes y sanas
La verdad es que hay algunas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza. No es lo mismo decir que alguien es zonzo o tonto, que es un huevón. Tonto puede significar disminución mental y ser palabra agresiva. Carajo se considera mala palabra. Pero carajo se decía al sitio alto, lejano de un mástil, donde estaba el vigía. O también unas lejanas islas del océano Índico. Entonces mandar a alguien al carajo era mandarle lejos, y nada más. ¿Desde cuándo apareció como mala palabra…? Hasta se llega al eufemismo de decir “caracho”, que es de una debilidad absoluta y una hipocresía, y evitar así el carajo simple y llano.
Muchas veces cuando se envía a la mierda a alguien en el periódico debemos poner “m” y puntos suspensivos que cumplen una triste función en el texto. Esa palabra tiene una enorme función expresiva que radica en su “r” bien pronunciada y rasgada que no tienen los cubanos o los puertorriqueños que dicen “mielda”.
Las malas palabras tienen una función terapéutica, decía el intelectual citado. Los psicoanalistas dicen incluso que son indispensables para descargar la tensión y superar el estrés y cosas similares.
Fontanarosa terminó pidiendo una “amnistía” para la mayoría de ellas, lo cual parece muy saludable para el idioma y la gente y recomendando su uso cuando la circunstancia amerite… (O)