Y yo me morí…

Simón Valdivieso Vintimilla

Y yo me morí de infanticidio. A mí me mataron de chiquita, yo nunca regresé. Ese es el testimonio desgarrador de una mujer que da cuenta de lo sucedido hace muchos años atrás en México, cuando era niña y creía en la palabra y actitud de un ser humano que le hablaba en nombre de un Dios, al que ella y muchos más lo querían alcanzar.
Con este testimonio se abre un nuevo escándalo para la Iglesia Católica. Un miembro de una orden llamada “Los Legionarios de Cristo” está en el banquillo de los acusados; de los acusados por unas niñas que guardaron silencio desde siempre, es decir desde cuando fueron víctima de ese dolor que lacera para siempre. Una mancha más al tigre dice la abuela de la casa.
Sale a la luz una carta escrita por una niña violada en 1993. Las violaba en la capilla juntas, escribe, mientras una leía la biblia, violaba a las de enfrente, de todas las edades; niñas de siete, nueve, diez años. Dolor, dolor, dolor.
Y por ello, es que en otro momento escribí: Yo dejé de creer en ese Dios blanco y barbado, ojos azules, que nos mira desde el cielo azul, cuando he visto a través de la televisión y la prensa escrita miles de niños que se mueren de hambre; cuando todos los días de todos los meses y de todos los años, nos cuentan los medios de comunicación de la existencia de niñas y niños violados por un pederasta, que curiosamente es aquel que usa el nombre de su divinidad para hacer su agosto, comenta la impertinente abuela de la casa.
Y es que ese que abusa de la ingenuidad y le roba la ternura a una niña o un niño, es el mismo que perdona los pecados, y de los que están convencidos que lo que hacen merece ser contado para recibir el perdón a través de un intermediario, que en veces es justamente aquél que hiere y saca lágrimas de dolor. Al final, no sé si es que el Papa Francisco tiene otro Dios distinto a los de sus curas y monjas que rinden cuentas a la Curia Romana. Ella murió de infanticidio, pero sigue viviendo. (O)