Cárcel de muerte y pachanga

Ángel Vera

La cárcel de Turi se ha convertido en un agujero negro de conflictos. Con seis asesinatos simultáneos, hace pocos días, un crimen en el año 2019, un detenido muerto durante un amotinamiento por disparo de una bomba lacrimógena por parte de un policía, la cárcel de Cuenca es la prisión de la muerte. En 2016, detenidos fueron obligados a desnudarse y apaleados por policías; la cárcel de Cuenca fue la crujía de la tortura. Acaso sin sorpresa vimos también que los detenidos habilitaron una piscina y se divertían mucho, con nados y clavados, en uno de los patios; el presidio de Cuenca fue ese día la cárcel de la pachanga.

Dice el Código Penal en su capítulo sobre los temas penitenciarios (artículos 673 y siguientes) que el Sistema de Rehabilitación Social busca la rehabilitación integral de las personas y su reinserción y económica a la sociedad. Lindo.

Sin embargo, en la vida real estos enunciados parten de premisas falsas. Sí, la prisión hará recapacitar a una persona que cometió un error, dañó a otros, se conciencia de ello y se reforma. Pero… ¿se puede rehabilitar un delincuente contumaz que nunca ha hecho otra cosa y que cuando salga no tendrá opciones laborales?

Peor: ¿se puede rehabilitar quien dirige o es un parte de una red de crimen organizado, la misma que opera al cien por cien aún con sus líderes presos, porque igual estos siguen en comunicación con los suyos? Me temo que ambos casos, no.

No habrá una real rehabilitación del acostumbrado a delinquir mientras no se le enseñe un trabajo del pueda vivir una vez libre y seguro que haciendo manualidades no es muy buena opción. Los integrantes de redes del crimen organizado tampoco cambiarán en tanto subsistan esas redes.

Estas personas deberían cumplir sus sentencias con contactos restringidos a sus familiares cercanos, a lo mejor concentrados en un mismo penal para facilitar su vigilancia, impidiendo en serio sus comunicaciones ilícitas y vigilándolos al máximo una vez libres.

De no proceder con una política penal distinta, realista, que distinga las características del penado, tendremos cárceles pensadas solamente para pequeños raterillos.

Tampoco pido la máxima represión como encerrarlos en mazmorras donde no llega la luz del sol, pero sí un régimen que a partir de destruir las estructuras del crimen, se ayude al penado a reorientar su proceder, aprovechando él sus potencialidades como ser humano. Si no podemos hacer eso, la cárcel servirá solo para encerrar, temporalmente, al delincuente, en lugares donde el delito y la matanza campea a sus anchas.