Hogar y aislamiento

María Eugenia Moscoso C.

Desde el fondo del alma humana surge una interrogante, en torno al accionar del hombre frente a la naturaleza, que agredida se resiente, favorece que brote el mal, se expande por todos los confines de la tierra y paraliza a toda la humanidad. El ser humano ha incurrido en abusos de poder, de ambición, de materialismo excedido, de irrespeto a su hábitat, de falta de solidaridad con el otro, en fin… Acá, permanecemos con temor al contagio de esta peste que avanza desenfrenadamente y nos somete a un obligado aislamiento.

Las urbes y poblados del mundo se han convertido en ciudades fantasmas, empatando con lo que fue Luvina -ese rincón mexicano que dio nombre al cuento de Juan Rulfo- que es el pueblo donde anida la tristeza y con las particularidades que hicieron de Luvina un sitio de tierras yermas, propicio para el aislamiento. Hoy, el mundo entero está amenazado por el Coronavirus, en distintas dimensiones geográficas. Nos hemos convertido en seres aislados, uno del otro y nuestros hogares o lugares de vivienda, traducidos en sitios de esperanza y de refugio.

Dentro del alma humana está latente el deseo del reencuentro, de la interacción, de encontrar nuevamente la posibilidad del abrazo y del beso. Deberán pasar algunas semanas para que la curva de la epidemia llegue a su punto más elevado y pueda comenzar el descenso, a fin de que más adelante tengamos una vida renovada para el ser humano. Cambios indispensables deberá registrar el mundo entero para que esta sepa del mal, no vuelva a agredir más a la raza humana. (O)