Cuenca, para volver a ser

La Merced y la Calle Larga

Como fotógrafo que conoce y admira esta ciudad siempre soñé con la oportunidad de retratarla sola, vacía: un espacio abierto para ser recorrido y visto, únicamente, por mi cámara (pensé, a veces, que sería como encontrar un capítulo apócrifo de las ciudades de Calvino).

Así, cada vez que salí a hacer fotografía entre todos sus ríos, había momentos en los que imaginaba lo que sería encontrarla desnuda, con la certeza de que nadie aparecería en el frame y, entonces, construir tomas en un diálogo entre lo que está y lo que se enfoca, sin depender de presencias fortuitas de terceros.

Y es que Cuenca me enamora en cuanto fotógrafo porque es simplemente musical: sus colores, texturas, sombras, esquinas y tejados y cruces y cuadrículas y vitrales y todo lo que hace eco y pareciera verse, admirarse, enseñorearse en su propia imagen. (Creo que por eso los cuencanos cantamos, porque nos gusta la oportunidad de acompañarnos a nosotros mismos marcando un ritmo único, pluritonal).

Gaspar Sangurima

Sin embargo, ahora y en este contexto que atravesamos, esa oportunidad llegó: la ciudad desnuda y lista, en espera para que llegue a hurgarla, a descubrirla en ese silencio que acoge a los caminantes atentos; y, sin embargo la oportunidad no fue amable, de inicio, porque la soledad que no se escoge nunca será amable, porque la gente que desaparece sin salir con una sonrisa en verdad nunca sale y eso, multiplicado por una ciudad, se traduce en un silencio repleto de ruido, pesado, saturado, amenazante.

Gran Colombia

La ciudad abandonada por la alegría que está en el barullo de la gente y su día a día le dio paso a una ciudad encarnada en la prisa detenida, en el temor y la angustia de “los olvidados”, de “los indecibles”, de “los sin nombre” para una sociedad que olvida que no todos tenemos el privilegio de la cuarentena segura, tibia y cómoda. Y los encontré y me dolí y lloré y el miedo me invadió al verlos acercarse desde la más cruel necesidad y me devolví a prisa a la seguridad del hogar que ellos no tienen y entiendo, ahora y desde dentro, que la única forma de merecer todo lo que tenemos es poner todas nuestras capacidades al servicio de lograr una sociedad mejor, más justa, más humana.

La oportunidad no fue amable, decía, pero se transformó en una certeza final: Cuenca, ciudad sitiada por un enemigo invisible que viene para obligarnos a entender el silencio, a agradecer los privilegios y a comprometernos a que esos privilegios sean los mismos para todos, en un futuro que debe empezar a gestarse ahora, inmediatamente. (I)

Por: Juan Carlos Astudillo Sarmiento

Universidad Nacional de Educación UNAE

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Video: Galo Carrión / Fotógrafo