Los recuerdos (X)

Jorge Dávila Vázquez

Rincón de Cultura

CUENCA ILUSTRE DE GALAS VESTIDA, dice el poeta Luis Cordero, patriarca de la cultura comarcana, que se ocupó de nuestra lengua autóctona, de la flora, de hermosear con su propia mano la plaza central de la ciudad; usando de esa entrañable y cálida exageración literaria, escribió el Himno a Cuenca, en que la llamó REINA HERMOSA DE FUENTES Y FLORES.

Para la aristocracia criolla, el que se concibiera a la urbe como a dama de gran belleza, dueña de las aguas y el follaje y engalanada como para la gran fiesta de la Libertad, ella, la madre de Lamar y Calderón y de todo hombre ilustre que hubiese visto la luz aquí, estaba más que justificado.

Cordero habla de “fuentes”, metaforizando así a los 4 ríos que prodigan sus aguas al sector. Cuando escribe estos versos, solo el Tomebamba -calle de Cuenca, según la expresión de Alfonso Cuesta y Cuesta- es cercano a la villa. El precioso Yanuncay, orlado de bucólicas orillas, y el Tarqui que recordaba a la poesía de Garcilaso, porque en algunos sectores del campo no se sabía si iba o venía, ya que sus aguas “con tanta mansedumbre… caminaban/ que podían los ojos el camino, determinar apenas que llevaba”, eran lejanos torrentes a los que se llegaba solo en las caminatas largas o los paseos a caballo. Y del incomparable Machángara, ni hablar.

Sin embargo, con ese espíritu de naturalista el poeta-presidente, líricamente, trae esas aguas, entre lo poético y lo legendario, a ser parte constitutiva de la urbe cantada.

“Aves y ríos, liras y pinceles,/ en Cuenca todo canta y todo reza”, proclama muchos años después Alfonso Moreno Mora, nombre mayor de la poesía cuencana. La presencia de las míticas aguas que embellecen el paisaje cuencano se percibe con la diáfana luz del verbo.

Y en pleno posmodernismo ecuatoriano, César Andrade y Cordero, el mayor nombre cuencano de esta tendencia poética, escribe el más bello de sus poemas, el “Canto al Tomebamba”, metaforizándolo como “padre río”, “ave de oro cruzada, punta a punta del viento”, “caballero de vidrio”, y otras joyas de altísima factura lírica.

Cierro esta evocación de la Cuenca señorial y magnífica, poseedora del más bello de los paisajes, regado por ríos que son verdaderos himnos de la naturaleza, con un beso en su líquida frente. (O)