Corrupción en tiempos de crisis

Hernán Abad Rodas

OPINIÓN|

La corrupción en nuestro país ya no es un episodio aislado. Es un estado de endemia, una especie de aire contaminado y de enfermedad colectiva.

La corrupción prospera cuando hay tolerancia social, adoración al dinero y al éxito irracional, y, por un apetito desmedido de poder. Su origen está en la caducidad de los valores morales y en la ignorancia de la ética.

La corrupción se ha convertido en una “cultura”, en un modo de ser, y es el eje en torno al cual gira la demolición de la democracia, la destrucción del Derecho y la inauguración del Estado de Propaganda. Esa cultura hace metástasis, convierte a la mentira en verdad, construye “liderazgos”, protege a sus mentores y beneficiarios.

Insumos médicos y medicinas, alimentos, bolsas para cadáveres comprados a precios exorbitantes; son pruebas de la corrupción en tiempos de crisis, una crisis sin precedentes por la pandemia que ha puesto sobre la mesa muchas debilidades personales, sociales e institucionales.

Hemos vivido días marcados por el temor, la incertidumbre y la carencia de recursos, que han hecho evidente, una vez más, que los corruptos no tienen límites, que para ellos la necesidad ajena es una oportunidad para enriquecerse.

La impunidad permite que la corrupción continúe y se banalice. Siembra el nefasto germen del cinismo en la ciudadanía, que, con desconfianza en la justicia, considerará que siempre es así y así será.

Presidente Moreno, la pandemia del Covid-19 y la crisis pueden servir para identificar y castigar a los corruptos y sentar las bases para cambiar esta sociedad, aparentemente marcada por el abuso y la corrupción, a una marcada por la cooperación, la honestidad y la confianza; no desaproveche la oportunidad que le concede la historia; piense que la HISTORIA, es un puente que une el pasado, el presente y el futuro.

De la pandemia, quedará la tragedia humana, el dolor, el desempleo, con sistemas jurídicos y económicos maltrechos, países emprobrecidos, regímenes políticos inservibles, democracias únicamente electorales, una sociedad civil cubierta con el oscuro velo de sus lutos y recuerdos, marcada por la desconfianza hacia el prójimo y penetrada por los intereses de caudillos diminutos, carentes de ética y moral.

La corrupción, que era y es la señal de identidad del gobierno de Correa, sigue aún en éste y en plena emergencia nacional. (O)