Isabel Godin

Josefina Cordero Espinosa

OPINIÓN|

«Sé que aquí quedaron grietas mías,

Arrugadas sustancias que subieron

Desde profundidades hasta mi alma», (Pablo Neruda)

El recuerdo permanece por sí mismo no en un órgano corporal, ni en las palabras, sino en la mente donde se aloja y el alma guarda un libro, una poesía, un artículo, ese algo que no se olvida. Hace pocos días, revisando el diario El Comercio, me encuentro con la historia que tanto deseé volver a leerla, la de Madame Isabel Godín, o Isabel Casagrande, que conocí hace muchos años, aquella joven propiamente una niña que a los trece años contrajo matrimonio con el naturalista Jean Godín que vino con la Misión Geodésica Francesa a mediados del siglo XVIII y que para hacerse cargo de una herencia retornó a su país y durante quince años no pudo regresar; cuando llegaron a comunicarse, ella emprendió la aventura de ir a su encuentro donde él la esperaba, en el puerto Loreto a orillas del Amazonas, por la misma ruta de los ríos del Oriente que siguió Godín desde Baños de Ambato, acompañada de su hijo, dos hermanos, un médico francés, gente de servicio y más de 30 indios.

Fue un suceso lleno de peripecias, de heroísmo, de abandono, de tragedia, de muerte, de amor y de fe, hasta que la hallaron sola, extenuada y enferma, pero decida a llegar a su destino.

Reunida con su esposo fueron a Francia y en la ciudad La Rochele, la gente que conoció su historia erigió un monumento al amor y la fidelidad. (O)