Legado

Aurelio Maldonado Aguilar

OPINIÓN|

 

El tiempo pasa inevitable y veloz. Año y medio ya de aquella noche en que mi madre nos dejó. Su enorme casa se cerró dejando únicamente entrar por los postigos, el indispensable oxígeno para mantener recuerdos, que como espíritus amigos se apoderaron de todo. Mis hermanos y yo cerramos puertas y el silencio reinó en medio de paredes todo este tiempo, gritándonos su ausencia. No tocamos nada y todo se durmió junto con ella, quizá por miedo a borrar el último polvo de nuestros padres que se aferraban a sus cosas. Cuatro papelitos fueron los artífices de decir que le tocaba a cada hermano. Una bella y vieja madera de cedro rojo que constituía sus muebles de dormitorio, ahora es mía. Cama digna donde seguramente con amor y respeto nos crearon, es mi particular legado humilde y grande. Un Cristo flácido colgado de clavos de un madero con torrentes púrpuras que bajan en cascada. Cristo sin mayor valor por ser de yeso, pero que estuvo presente en las paredes del dormitorio de mis abuelos hace más de 70 años y de cuya atalaya los vio morir igual que lo hizo con mis padres; también es mío ahora. Tocarme a mí que la agnosia me domina, pero creo sin embargo en ejemplos y enseñanzas de los viejos y hombres impolutos como el mártir del Gólgota, con todas mis fuerzas. Tocarme a mí que creo más en un Dios como el de Spinoza, humanizado y bueno y sin pecados artificiosos y morbosos escritos en renglones mágicos de una biblia, de un coram, de una torá. Tocarme a mí que la incredulidad rampante me coloca más en los agujeros negros y el big bang de Stephen Hawking. Pero en todo este mi legado primoroso, descubro una verdad monumental y seria. Mis ancestros, padres, abuelos, bisabuelos, me están explicando claramente que heredo cosas humildemente pobres, pero hermosas. Que, en muchas generaciones de mi sangre, no existieron pillos ni ladrones. Que sería imposible, por más que hurguemos, encontrar alguien de los nuestros que recibió coimas; que cobró diezmos; que lucró de sobreprecios o turbios beneficios como carnets fraudulentos de discapacidad y tantas muestras de la más execrable delincuencia. Acabo de recibir mi más hermosa herencia impregnada de honestidad y decencia que no requiere de fastos ostentosos. Maderas y Cristo que, siendo pobres en materia, refulgen de honestidad y buen vivir sin esperar religiones, dogmas, ni imposiciones. Soy hombre rico y pretendo legar lo mismo a los que vienen adheridos en mis espaldas. (O)