Reflexión desde la pandemia

María Eugenia Moscoso C.

OPINIÓN|

Hoy, tras 120 días de encierro y de cuidados, se cumplen cuatro meses de expansión del Coronavirus y mientras tanto, los seres humanos a la espera que este virus se agote. El mundo entero, con más de medio millón de muertos, no avizora el final de esta pesadilla, ni tampoco está cerca, la vacuna que permita que los seres vuelvan a sus actividades laborales, profesionales, estudiantiles y, a una vida en paz, sin la zozobra en pensar que mañana podríamos estar infectados, alterando la vida desde un aislamiento generalizado. ¡Tanto pesar generó el saber que un amigo falleció, que familiares cercanos están en la lucha por erradicar el virus de su organismo y que, conocidos, vecinos y amigos contagiados son cada vez más numerosos!

La permanencia en casa, nos ha permitido asumir un proceso de retrospección, de análisis, de ordenamiento de vida y de grandes y pequeñas cosas. Sabemos que la vida no nos viene asegurada y que la incertidumbre marca nuestro diario vivir. Hemos aprovechado para ordenar y descartar cosas y más cosas. El techo y el pan que tenemos, nos conforta y sabemos que, al avanzar por este camino, cada día aspiramos que al final de este 2020, habremos terminado con el enemigo y el nuevo año nos pueda procurar una vida renovada, pero, de cualquier manera, será indispensable admitir que, el final puede estar por llegar, como lo advertimos en los versos de la generación española del 98:

“Y cuando llegue el día del último viaje

Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

Me encontrareis a bordo, ligero de equipaje,

Casi desnudo, como los hijos de la mar.” (Antonio Machado, “Retrato”, Campos de Castilla) (O)