La mano del tiempo

Hernán Abad Rodas

OPINIÓN|

 Un nueve de agosto, me dio a luz el vientre de mi madre, de la nada salí al escenario del vasto universo y me asomé a su horizonte oscurecido; poniéndome las manos de la quietud en brazos de este mundo tumultuoso, lleno de alboroto y bullicio, de luchas y de inquietudes.

Gracias a la voluntad divina, continúo caminando bajo el sol; durante todos estos años la mano del tiempo ha trazado muchas palabras en el libro de mi existencia y en el de este mundo extraño e injusto.

Hoy, nuevamente me visitan los espíritus que pintaron mi alma y me cantan el himno de los recuerdos alegres y de los tristes. En este mes se reflejan en mi mente todos los significados de mi vida, junto con el semblante de los años, lleno de contornos de esperanza.

Cuando era un muchacho sentía la caricia de la alegría, la misma que era como un blanco lirio que empieza a desplegar sus pétalos, tiembla con la brisa, abre su corazón con la aurora, y vuelve a cerrar sus pétalos al llegar las sombras de la noche.

A veces la soledad quitaba de mis hombros las alas de la juventud, haciendo que fuera Yo, como un estanque entre dos montañas, que refleja en su quieta superficie las sombras de las aves, los colores de las nubes y de los frondosos árboles, pero que no puede encontrar una salida, para ir cantando alegremente hacia el mar.

He buscado la soledad y el silencio, no para orar o castigarme, pues la oración, es el canto del alma, alcanza los oídos de Dios aún mesclada con el tumulto de las multitudes.

Busqué la soledad porque me cansé de los hombres que confunden amabilidad con debilidad, tolerancia con cobardía y altivez con orgullo. Busqué la soledad, para alejarme de los adinerados que piensan que el sol, la luna y las estrellas se levantan desde sus cuentas bancarias y se ponen en sus bolsillos, y porque me cansé de los políticos que arrojan a los ojos del pueblo polvos dorados y a sus oídos falsas promesas.

Por amar a la naturaleza, la mano del tiempo me ayudará a buscar las montañas deshabitadas, porque en ellas está el despertar de la primavera y los deseos del verano; las canciones del otoño y la fuerza del invierno. (O)