Rutas de los arrieros…

Tito Astudillo y A.

OPINIÓN|

Cuando se requieren nuevos motivos para un turismo regional, por qué no buscar, en la tradición de los arrieros, nuevos motivos para viajes de aventura, reandando los pasos de quienes hacían el transporte de mercancías a lomo de mula, por caminos y chaquiñanes australes, gérmenes de las vías regionales que después se concretaría en la Cumbe-Oña-Loja, Cuenca-Girón-Pasaje, Gualaceo-Limón, Paute-Méndez-Morona, Sígsig-Chiguinda-Gualaquiza, Molleturo-Naranjal, entre otras; ilusión que tardó más de un siglo en construirse, algunas, aún, inconclusas.

 Estos pioneros del progreso austral, con sus tropillas de mulas, llegaban hasta Sibambe para hacer la conexión con el tren de la Nariz del Diablo; por Loja, Cariamanga, Alamor y Macará hasta Sullana, porque la frontera no era barrera para la comercialización regional y las  ferias y romerías convocaban, como ahora, grandes encuentros de intercambio, trueque y venta de productos; de rito y celebración de la amistad, que se traducen en confianza y seguridad “llévele no más, dígale que me ha de pagar el otro año, si Dios nos da vida”, porque, ¿cómo desconfiar de los amigos?; por los calientes de Yunguilla, a Pasaje, Santa Rosa, Zaruma y la frontera por este lado;  por los páramos del Cajas y los fríos de Angas, por Molleturo y Chaucha, a los calientes de Balao, Naranjal y Guayaquil; por los caminos de Paute, Gualaceo y Sigsig, a Méndez, Limón y Gualaquiza. Muchos de estos caminos, trochas y pueblos abandonados, ofrecen una diversidad de paisaje natural y cultural.

Nuestros arrieros, conservando un sistema de transporte, heredado de una tradición hispana establecida en la región, para el traslado de mercancías y productos necesarios para la cotidianidad, también dieron soporte a una rica usanza festiva popular, expresada en fiestas, ferias y romerías que, aún dan vida e identidad a los pueblos de la región. (O)