Quino y Mafalda

OPINIÓN |

Hace poco falleció el dibujante y caricaturista argentino Joaquín Salvador Lavado, mejor conocido a nivel internacional como Quino, el autor de una de las figuras del imaginario latinoamericano más incisivas y conocidas, Mafalda, aquella niña sabihonda e inconformista que siempre dejaba perplejos y sorprendidos a sus padres de ramplona clase media o a su pandilla de amiguitos de barrio.

Si bien, Quino no solamente se destacó como maestro de la caricatura y el humor periodístico con su famosa Mafalda, ya que enfocó los más diversos temas de la realidad argentina de su momento y, en buena parte, latinoamericana y mundial, con una mezcla de humor amargo y dulzura resignada ante los personajes víctimas de un sistema ciego y estúpido Mafalda, sin embargo, se constituyó en la bandera del inconformismo de los años setentas y ochentas, principalmente, del pasado siglo, a tal punto que sectores de izquierda de entonces la identificaban sin más con su ideología. Sin embargo, quizá el pesimismo inconformista de Mafalda iba más allá y apuntaba a lo que vivimos ahora plenamente, es decir, la crisis de la civilización y no solamente de un sistema político.

Quino, sintonizó certeramente aquello que se podía llamar como “el malestar de la sociedad”, principalmente, apuntando a la clase media y, más precisamente, a la de su país que, por aquella época, décadas finales del siglo pasado, se decantó en parte por la lucha revolucionaria, ERP, Montoneros, grupos insurreccionales que pretendieron vencer mediante el uso de las armas, en un trágico equívoco que causó decenas de miles de víctimas, a través de la represión de la dictadura del triunvirato, encabezado por el general Videla, de triste recordación.

Quino, un buen día voluntariamente “mató” a su entrañable personaje, Mafalda, quizá porque intuyó que los cambios en la sociedad derivaban hacia panoramas muy diferentes al de una niña sabidilla y rebelde con causa. Ahora sería impensable una nueva Mafalda, cuando los niños andan prendidos a sus celulares y otros artefactos electrónicos, día y noche, a tal punto que la palabra rebeldía debe sonarles a, un lenguaje prehistórico. Y con la pandemia, Mafalda ni siquiera podría tener amiguitos reales.