Optimismo equilibrado

Pasada la euforia –esta ocasión, poco visible- de la conmemoración del bicentenario de nuestra independencia, vale la pena reflexionar con serenidad sobre nuestra realidad. Más allá del esfuerzo intelectual que busca la objetividad, hay que considerar que siempre están presentes actitudes emotivas que, en términos generales, nos pueden llevar a ser optimistas o pesimistas en relación con lo que fuimos, somos y seremos. En el primer caso puede priorizarse en la ilusión, en el segundo en el fatalismo. Es importante que hagamos un esfuerzo para lograr una posición equilibrada que permita un realismo en nuestras visiones y actitudes. La emotividad es inevitable en la condición humana, pero es posible controlarla para llegar al equilibrio.

Un análisis de esta naturaleza tiene que considerar el entorno global del que somos parte. Pertenecemos a la República del Ecuador y el peso que tenemos es imprescindible. La visión e imagen que hemos generado tiene mucha importancia y creemos que es positiva, lo que debe llevarnos a actuar para conservarla y esforzarnos por mejorarla. Se en e han generaliza dos valores básicos de nuestra realidad: honestidad y especial valoración de lo intelectual y cultural. Habría que añadir la autoestima que nos ha llevado a superar situaciones negativas por iniciativa propia, sin limitarnos a la queja y el reclamo –con frecuencia imprescindibles- al tomar decisiones en las que el esfuerzo y el trabajo predominan.

Si bien la reflexión parte del pasado que ha configurado nuestro presente, es imprescindible considerar el futuro. En el comportamiento humano, más que lo que fuimos y somos, pesa lo que queremos llegar a ser. Si esencial a esta búsqueda mejorar la calidad de vida, debemos ser optimistas sin dejarnos llevar por ilusiones, hermosas, pero irrealizables. El pesimismo lo debemos usar para superar limitaciones y defectos, sin que tenga predominio. El futuro no ha llegado, pero es parte de nuestro ser; para mejorarlo hay que actuar con responsabilidad y realismo.