¿Estado laico?

Ana Abad R.

¡Gracias a Dios! ¡Dios mediante! ¡Si Dios quiere!¡Primero Dios! Se han convertido en expresiones cada vez más frecuentes en el léxico político de un significativo número de autoridades que las invocan como una especie de muletillas “protectoras” a la hora de hablar de los deberes y responsabilidades en la administración del bien público, convirtiendo al laicismo ecuatoriano en un espejismo más que en un catalizador para construir una democracia liberal. No se puede entender de otra manera el impacto que tiene la religión en las decisiones tomadas a la hora de decidir sobre los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, así como en los derechos de las personas sexualmente diversas. El manejo político que se da a estos temas revela que en el Ecuador todavía se deben satisfacer pretensiones religiosas para lograr legitimidad política y asegurar resultados electorales, pese a que en el país dan a luz cada día siete niñas entre los diez y catorce años, víctimas –legalmente– de violencia sexual. Las campañas publicitarias y el discurso político no cambian la realidad, mucho menos blanquear las paredes. (O)