La Montaña Dorada

Tito Astudillo y A.

Nuestra loma era única, aunque en mi bendecido pueblo de la infancia, todos teníamos una loma; pero la nuestra tenía una laguna y una cascada, era el chorro que caía de azul plata y oro y bullicioso como fiesta, cristalino y fresco, generoso con la vecindad para llenar sus huallos y peroles, para bebedero de su ganado, para lavandería, un chapuzón, sentir su soplo, calmar la sed, el calor y los desasosiegos.

Nuestra loma tenía una cruz a la que cada mayo le vestíamos de castillo y oficiábamos la mejor celebración; tenía un cielo cerquita de nuestras cabezas y un sol que salía calientito y subía y subía se ponía central y descendía suavecito para perderse con un festival de colores; tenía una luna grandota con San José y su burro y, millares de estrellas en la profundidad de la noche; tenía cuevas, túneles y laberintos, entierros y tesoros escondidos; tenía una bosque de capulíes, de arrayanes y nogales con gullanes, nidos y pájaros; que muestrario de orquídeas, flores silvestres y aves, que cualquier invitación para avistamiento produce una sonrisa; nuestra loma tenía un mapa geopolítica y era escenario de guerras y escaramuzas; los árboles de capulí mutaban a caballos, aviones, barcos, submarinos o tanques, poseían nombres según la historia, el juego y las lecturas; tenía una cima con miradores a la redonda de los cerros circundantes; y en la noche, se reflejaba en el espejo de su laguna, con su luna y enjambre de luceros y constelaciones.

Hasta que lo dinamitaron palmo a palmo y llevaron sus entrañas para empedrar la carretera que inauguraba el progreso; destruyeron su cima, miradores, cuevas y laberintos, arrasaron árboles, arbustos y matorrales desterrando para siempre a su fauna nativa. Hoy, sigue en pie con apenas sobrevivientes eucaliptos ¿reforestación? Pero nuestra loma de la infancia, la loma del Tasqui, a la que el poeta Rubén Astudillo llamó, la Montaña Dorada, está enterita en los recuerdos. (O)