Jesús vino a este mundo a pregonar un mensaje de paz, amor y justicia, fue un defensor incansable de la verdad y de la luz.
Dicen que sólo el viento peinaba sus cabellos y la lluvia lavaba su rostro y sus ropas; le decían que era un loco, y que sus palabras estaban influidas por los demonios. Pero él retó a sus enemigos, y sus palabras continúan infundiéndoles temor.
Jesús era un peregrino y un mensajero, que venía a golpear nuestras puertas, era un huésped que venía de lejanas ciudades; y como ahora, no encontró generoso hospedaje, por eso regresó al lugar que le fue preparado desde la creación del mundo.
A pesar de que la codicia, el odio, la injusticia y la corrupción reinen en el corazón humano, el nazareno continúa cantando una melodía, cuya resonancia nadie podrá interrumpir.
Jesús dijo: “cuando me ausente de vosotros, partid el pan cuando estéis juntos, y compartid el mismo, y luego mirad alrededor de vosotros y allí me hallaréis”.
El nazareno no estaba junto al esclavo en contra del amo, ni con éste en contra de aquél, porque era un hombre superior a todos. Si la libertad constituye el pensamiento, el decir y el hacer, él fue el rey de los libres.
El nazareno no era hijo del Estado ni del imperio, no disfrutaba de un patrimonio como sus compatriotas útiles al imperio romano; por eso se mofaba del imperio. Vivía libre, ignorando lo que era un deber o un derecho, como las aves en el espacio; por eso los cazadores lo derribaron con sus flechas.
Jesús a menudo era triste, pero su tristeza era de aquellos que hacen temblar los labios y al abrirlos se transforma en sonrisa, era un bálsamo para las heridas de los afligidos y desconsolados. Cuanta falta hace su presencia en este mundo asolado por la pandemia, la injusticia social, la corrupción, la mentira y la falsedad.
El mensaje del nazareno es poderoso, como las olas del mar, pero no han podido conocer las costas de nuestros pensamientos. Jesús tenía una dulce sonrisa, en sus ojos brillaba la luz de Dios. (O)
