La indecencia al desnudo

Alberto Ordóñez Ortiz

Todo está sucio. La mugre está en todas partes. La limpieza ya no es la regla. Es ahora la excepción. Manos oscuras mancharon los sagrados estandartes de la Patria. Los degradaron de forma metódica. Cínicamente. Sin el menor escrúpulo. La carcoma de la desintegración ha invadido los más profundos intersticios de nuestras instituciones, arrasadas hoy por el turbio oleaje de una avasalladora inmundicia. El pus salta sin que nadie tenga que aplastar nada. La moral es un mantel de feria que domina el triste horizonte de la Patria. Vivimos dentro de la pesadilla, y como decía Joyce, no hay quien pueda despertarnos.

Bajo esos conturbadores escenarios, nuestra frágil democracia, si todavía queda algo de ella, se derrumba aparatosamente. Los concursos para llenar las vacantes de jueces de la Corte Nacional o la del vocal del Ejecutivo a la Comisión de Participación Ciudadana, están en turbio entredicho. Igual que el alza del diésel que incrementa geométricamente el costo de vida. Todo mismo está en entredicho.

Si entramos al túnel sin fondo del tema electoral, los multi-conflictos son el amargo pan de cada día. Los fallos del Tribunal Contencioso Electoral son desobedecidos por el CNE, pese a que son de “última instancia e inmediato cumplimiento”, con el agravante de que aún no se emiten las papeletas electorales y de que, tal como van las cosas, faltaría tiempo para que las elecciones y sus respectivas fases se cumplan dentro –bajo pena de nulidad- de los inexorables plazos legales. Las decisiones de esos organismos no serían jurídicas sino políticas. Por algo, ambos son investigados por la Fiscalía. Pero en medio de ese maremágnum, habría algo positivo: de subsistir las disputas, podríamos ser beneficiarios de la gracia, -suprema, por cierto- de no tener que escoger entre esa mayoría de malos candidatos.  (O)