No vuelven las garzas

Tito Astudillo y A.

Esperábamos, con ansiedad, la llegada de las grandes lluvias, para tranquilidad de mis padres y de la vecindad que lamentaban su tardanza, por miedo a perder sus siembras; porque nuestra laguna se llenaba a rebasar, por todas sus orillas, ideal para armar nuestros barquitos de totora y explorar todos los mares del mundo; y, desde luego, porque volvían las garzas migratorias y esa “garza blanca” evocada, años después, por mi hermano Rubén en: “Mientras leo tus cartas”.

No era una laguna solamente, era, todos los océanos y mares juntos y sus tembladeras los continentes y archipiélagos; por sus aguas navegaban Colón, Núñez de Balboa y Magallanes, los corsarios ingleses y la Armada Invencible; buscábamos la ballena blanca, Galápagos, la Isla del Tesoro, la del Gallo y la Gorgona; explorábamos sus orillas buscando tesoros, porque ahí naufragaban los mensajeros afectivos con joyas de totoras, porque la brava huarmicocha, tenía amores con el Carihuahualzhumi a despecho del Huahuatululún y del Rucutablón, que espiaban a los recaderos mimosos para confinarlos al pozo siniestro del toro encantado o en su laberinto de túneles sin fin. Con la llegada de las grandes lluvias nuestra laguna se ponía jubilosa de espejos, de esplendor vegetal y sinfonía de patos, patillos y gallaretas, pero la apoteosis era, cuando por el norte, arribaban las garzas migratorias para matizarla con nuevos colores y sinfonías. Y así cada año, hasta que no volvieron más.

Y no vuelven las garzas a la laguna Cochapamba en El Valle, pese a las grandes lluvias de diciembre y de enero “con tranca al granero”, de abril “aguas mil” y de mayo “hasta que se pudra el sayo”. Claro, ya no es ese inmenso espejo semilunar con islas de esbeltas totoras, azulados zuros, mil y un ave y una garza blanca. Ahora, es un sombrío pantanal con zuros y totoritas residuales, contaminada por la urbanización que, casi, borra su entorno. (O)