Una campaña “atípica”

Análisis político Marco Salamea Córdova

La campaña electoral para las elecciones del 7 de febrero, que arrancó oficialmente el 31 de diciembre de 2020, es sin duda muy atípica; una situación debida en gran parte a las restricciones propias de la actual pandemia.

Una campaña que, además, se da en el contexto de otras situaciones atípicas que han caracterizado el actual proceso electoral, a saber: 17 candidatos presidenciales (un récord en la historia electoral de Ecuador); una desconfianza (también récord) de la población con respecto a la política y los políticos; un  porcentaje de indecisos inusual a estas alturas del proceso  electoral; y, además, un proceso que ha estado lleno de impugnaciones a candidaturas, dictámenes e incluso conflictos al interior del Consejo Nacional Electoral (CNE), y entre este y el  Tribunal de lo Contencioso Electoral (TCE).

En cuanto a la atipicidad misma de la campaña, una primera expresión de esta es que ya no durará 45 días, como las anteriores campañas, sino apenas 35 días; un tiempo insuficiente para que los electores puedan conocer las propuestas y los planes de Gobierno de tantos candidatos; por lo que ahora, más que antes, las posibilidades para un voto más reflexivo y de opinión serán menores.

Aún más será una campaña donde los candidatos irán, mucho más que antes, a la caza de un voto clientelar y emocional; por esto mismo, como nunca, más que planes y programas lo que se hará es presentar un montón de promesas y ofertas que seduzcan al electorado, especialmente a aquel que sufre de pobreza material pero también de pobreza política. Será una competencia entre quienes ofrecen más empleo, bonos, salud, educación, vivienda, seguridad, créditos, fortalecimiento de penas por delitos, etc. etc…En suma, una competencia entre quienes ofrecen dar más rápido la “felicidad” a los ecuatorianos y ecuatorianas.

 Será una campaña donde, la obligada ausencia de concentraciones y la reducción del contacto directo con los electores, hará que se privilegie el uso del escenario electoral virtual que hacen posible los medios digitales y las redes sociales. Un uso que, empero, traerá aparejada una mayor presencia de las noticias falsas, los insultos y la denigración del adversario; es decir, una presencia aumentada del maquiavelismo político. (O)