“A cada cerdo…”

Edgar Pesántez Torres

El artículo no trata sobre el tropo de este animalito, cuyos deméritos se los endosa a algunos “racionales”, es decir, al traslado de sentido de la palabra manteniendo una relación de analogía o parecido entre el nuevo significado figurado, en este caso sobre la vida mugrienta del cuchi con las acciones rancias de ciertos individuos. Para hablar metafóricamente de esta especie, dejemos para otra oportunidad que no sea necesariamente en época de alegría, pues ellos deben saber el conocido refrán que alude a que cada cual recibirá en su momento la compensación por sus actos ruines que comenten y que tarde o temprano les tocará el refrán: “A cada cerdo le llega su San Marín”.

Simplemente recordar la evolución de la chaspada de este animalito que es cebado con tanto afán hasta esta época. Los carnavales en nuestra cultura fueron muy singulares: juego profuso, baile, licor, unión familiar y buena comida, cuyo principal guisado era el puerco. Inicialmente se lo chamuscaba con “llashipa”, un helecho que era traído de los cerros y vendido ex profesamente. El proceso lo realizaba un diestro, pues un inexperto lo quemaba con facilidad.  Más tarde, el arbusto fue sustituido por ramas de eucalipto seco, que los mismos matarifes se encargaban en juntar para vender. Finalmente se pasó a utilizar el soplete de fuego con gas. Si asentimos que el estómago es la mejor memoria para la gastronomía, entonces quienes hemos comido las “cascariras” y más con los tres métodos, daremos fe qué preparado es mejor.

Qué lindo fue los rituales del difunto; muchos protocolos aún perviven.  El festín del marrano se comenzaba muy temprano: a las seis de la mañana los “guambras” nos levantábamos para ver la introducción del chuzo por el cirujano práctico que no hacía sufrir al animalito como ahora que los “entendidos” hacen harnero el pecho sin encontrar el corazón. A poco rato nos hacían oler las pezuñas, aduciendo que es remedio para “el mal aire”. El cabecilla de la fiesta traía un aguardiente para ofrecer antes, en medio y después de comer las “cascaritas”. El clímax del juego llegaba hasta jugar con el mondongo y demás menudencias. Al final, quien bajaba la cabeza, se obligaba a dar en animal el próximo año.

Ahora, con el cuento de la pandemia, la directiva de uno de mis grupos, ni siquiera se ha pronunciado por esta festividad. (O)