Salud mental: la pandemia de la que pocos hablan

Luna Piedra

Imagen referencial. EFE

 “José, ¿qué te pasa? no puedes ni coger la comida”, las palabras de su madre son lo último que recuerda José S., nombre utilizado para proteger su identidad, antes de despertarse mareado en la clínica. Ese domingo de enero, el joven de 33 años había intentado quitarse la vida. La razón: “sentía que no valía nada, un desperdicio de oxígeno”, recuerda.

Cuenca es la segunda ciudad del Ecuador con más intentos de suicidio, según el Informe de Servicio Integrado de Seguridad ECU 911, presentado a finales de 2020. Desde que empezó la pandemia hasta finales del año anterior, la entidad recibió 44 alertas de intento de suicidio en la ciudad austral.

El médico psiquiatra Juan Aguilera sostiene que parte de las afectaciones actuales en la salud mental tienen un vínculo con la llegada de la pandemia: “Mayor incremento de depresión, mayor incremento de ansiedad, la cifra de suicidio alta”.

José S., quien está tratando su depresión con especialistas, dice: “Ya había tenido depresión hace cinco años….El año que pasó, con el tema del COVID, fui descubriendo todo ese sentimiento (depresivo) y llegó un punto en el que el estrés, la ansiedad, el trabajo y otras cosas me dejaron hecho un zombie”.

Juliana M. se despierta ahogada por sus propios gritos. Tiene otro ataque de pánico y no tiene a nadie cerca para ayudarla. Vive con sus padres pero ambos están internados en el hospital con COVID-19: Su madre está hospitalizada y su padre en una UCI. Su respiración está a mil por hora y sus pensamientos no dejan de repetirle una sola frase: “tus papás se van a morir”. Los ataques de pánico que tuvo Juliana M. cuando sus padres estuvieron hospitalizados tienen un vínculo directo con los efectos de esta pandemia.

La psicóloga María Elisa Manzano, quien trabaja en el consultorio de salud mental de la Universidad de Cuenca, reconoce casos como el de Juliana M.: “Hemos visto  bastantes ataques de pánico en la pandemia, iba a ser inevitable, imagínese lo que es ver ingresar a los papás”. Juliana M. explica que estos ataques se parecen a una pesadilla: “Había tenido ataques de pánico antes pero esta vez fue mucho peor. No podía dormir, me levantaba cada hora, veía el reloj, solo quería que sea de día”.

Ana S., que también prefiere mantenerse en el anonimato, tocó el fondo de la depresión cuando le costó demasiado tomar una decisión: no sabía si quedarse en Cuenca con su trabajo en un banco o si mudarse a Quito para hacer obra social en una fundación. Esta disyuntiva, que podría verse como una decisión fácil de tomar, llegó con días enteros de llanto para la joven de veintiséis años: “Nunca me había sentido así y no le deseo a nadie ese sentimiento. No es estar triste, eso es manejable, es un sentimiento de vacío tan grande, yo no quería estar viva, no quería”, recuerda.

Verónica Boso, psicóloga clínica, explica cómo están relacionados entre sí los tres casos antes mencionados: “Es como si esto que nos ha pasado hubiese conectado con algo muy profundo que ya estaba en nosotros”, dice la psicóloga y añade que la pandemia “no ha traído nada nuevo sino que ha despertado algo que ya estaba ahí, por eso que cada uno de nosotros ha reaccionado tan diferente en lo que ha pasado”. Ella se ha dado cuenta que al haber estado obligados a aislarnos, a estar menos tiempo distraídos, más tiempo con nosotros y con nuestros seres queridos, esto nos “ha hecho conectar con algún trauma o algo que no queríamos mirar y que estaba adentro, nos ha hecho conectar con miedos y con dolores infantiles”.

De entre todas las emociones, “el miedo fue la más común, miedo por la enfermedad, por la posibilidad de morir, por la pérdida de un ser querido y miedo asociado con preocupaciones como el desempleo y la capacidad de interactuar”, analiza el médico Juan Aguilera. También ha podido notar cómo “el insomnio se disparó” y que “muchos en algún rato pasamos la sensación de que el COVID nos dio, cuando no era así, tuvimos síntomas físicos pero que tienen causas emocionales llamados somatización”, dice. El doctor Aguilera cuenta que, según las estadísticas, “entre el 30 y 40 % de casos positivos de coronavirus han presentado después cuadros de depresión” y que “varios de los que estuvieron internados en UCIs se quedaron con Síndrome de Estrés Postraumático”.

El abuso de sustancias para escapar también ha sido un foco en esta pandemia: “se dio abuso de alcohol, psicofármacos y de los videojuegos entre los niños y jóvenes”, enumera Aguilera. Cuenta que lamentablemente “los casos de violencia intrafamiliar también incrementaron”, así como “los casos de abuso sexual”.

Según los profesionales, también se agudizaron los trastornos alimenticios en las personas que ya los padecían, tal es el caso de quien escribió este reportaje, que pudo vivir esto y superarlo en carne propia. Incluso se dieron nuevos fenómenos, uno de ellos lo ha podido observar el doctor Alberto Astudillo, quien, entre otras cosas, ha llevado adelante el proyecto de salud mental de la Universidad del Azuay “pudimos observar casos de jóvenes que apagan sus cámaras en las clases porque tienen aversión por ver sus caras en la pantalla, sienten rechazo al verse y esto se debe a la baja autoestima”.

Otro fenómeno curioso que se ha dado es el denominado “Síndrome de la Cabaña, que es de cuando estuvimos en aislamiento y la persona tiene un miedo tan intenso de salir que cree que solo en casa siente que está bien”, explica Aguilera. “También se ha visto el Síndrome de la Patata, gente que come en exceso mientras está con el teletrabajo”, cuenta el profesional. Incluso las “conductas antisociales” que hemos podido presenciar en nuestros funcionarios y políticos no son un hecho aislado de la pandemia pues “se ven disparadas en situaciones de crisis, como por ejemplo podemos ver el sobreprecio de las fundas a los difuntos y a los medicamentos del seguro”, analiza. Lo importante es saber identificar qué ha sacado la pandemia de cada uno de nosotros y trabajar en ello.

La depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, según cifras de la OMS y la razón principal por la que aparece es por cuestiones de pérdida, algo que hemos experimentado todos en algún sentido en esta pandemia. Estas son las señales que los profesionales nos han dado para identificar un cuadro de depresión, dichos síntomas tienen que estar presentes más de dos semanas seguidas:

-Exceso o ausencia de sueño

-Pérdida de interés o gusto por actividades que antes solía disfrutar

-Falta o exceso de apetito

-Se le nota triste o irritable

-Aislamiento, no querer socializar

-Disminución de la energía, no hay la suficiente fuerza

-La actividad psicomotora se disminuye o por lo contrario la persona está muy inquieta

-Problemas de la concentración, de la memoria, en la atención que se ven reflejados en bajo rendimiento en las actividades laborales o educativas

-Afectación de la memoria en las personas mayores, que se puede confundir con demencia

-Pensamientos suicidas

Si usted identifica estos síntomas en usted o en un ser querido, lo mejor será que busque ayuda profesional. Los profesionales de la salud mental coinciden que para ayudar a alguien con depresión, habrá siempre que recurrir a la empatía, ponerse en sus zapatos y decirle: “te veo mal, te noto diferente, déjame ayudarte”, son palabras que se podrían utilizar, según Manzano, quien enfatiza que la iniciativa principal de ayudarse debe nacer “de la propia persona afectada”.

Tanto la Universidad del Azuay como la Universidad de Cuenca tienen consultorios y proyectos dedicados a apoyar psicológicamente, dichos proyectos ya existían antes pero han tomado más fuerza con la pandemia y ofrecen servicios de ayuda gratuitos tanto para sus estudiantes como para personas de bajos recursos.

José S. buscó ayuda por varios frentes para tratar su depresión: “Tengo psicólogo, psiquiatra y una astróloga que también me ayuda bastante”. A la ayuda profesional él le ha sumado la presencia del deporte y del compartir con sus seres queridos: “hay que tener una red de apoyo, la mía es pequeña pero ayuda mucho”, dice refiriéndose a sus amigos más cercanos y a su familia, que han sido incondicionales. En el caso de Juliana M., quien en el pasado ya tuvo ayuda psicológica, sus ataques de pánico no se han repetido desde que vio a sus padres salir del hospital con vida, ella se ha sabido refugiar en sus seres queridos toda esta época: su novio, su familia y amigos. “La mejor terapia son ellos”, dice con lágrimas de agradecimiento.

Ana S. también acudió a la ayuda psiquiátrica y psicológica. Ella tenía que decidir entre dejar su trabajo de aquí o irse a Quito pero finalmente se tuvo que quedar, pues su psiquiatra le dijo “no te puedes ir a Quito así, como médico te digo porque si así estás aquí rodeada de tu familia, allá ahorita no vas a poder”. Y eso es lo que hizo, ahora su meta es la de recuperar su salud mental lo suficiente como para poder cumplir sus sueños de hacer ayuda social y “dejar el mundo mejor, porque no tenemos tiempo”.

Y es que incluso las personas que menos imaginamos pueden estar pasando por una crisis a nivel emocional, tal es el caso de la presentadora de televisión, Erika Vélez, quien publicó esta semana en sus redes sociales que padece de depresión y que en los últimos días ha estado experimentando ataques de pánico: “Levantarme en la madrugada llorando y sintiendo que me ahogo fue espantoso, lo importante es hacer algo y pedir ayuda…Hay cosas que no compartimos en redes por miedo a que nos ataquen o juzguen pero no está mal decir cómo te sientes realmente, la depresión es una enfermedad más frecuente de lo que la gente cree”, expresó entre otras palabras.

La psicóloga Verónica Boso observa esta época como una oportunidad para crecer, una época a la que deberíamos “darnos el permiso de verla como un regalo”. Ella está consciente de que muchas personas están aún pasando por procesos fuertes de duelo y no pueden ver lo positivo detrás de lo que nos ha dejado esta pandemia y bajo este contexto dice: “Invito a las personas a darse el permiso de poder mirar el regalo que ha sido esto. Mucha gente se hizo cargo de sí misma, mucha gente se conectó con recursos y dones que tenía adentro y no sabía que tenía. Mucha gente conectó más con sus seres queridos. Mucha gente pudo poner punto final a una situación que se debía dar. Ya no hay más pretextos para hacernos cargo de nosotros”, dice la italiana que reside en Cuenca.

El día en el que José S. despertó en la clínica recuerda haberse sentido “molesto”, pues su deseo de partir de este mundo no se cumplió. Se le preguntó cómo se siente hoy, después de algo más de un mes desde que intentó suicidarse: “Me alegra estar aquí, porque el tratar de deshacerse de todo ese sufrimiento, de todo ese dolor, no es deshacerse de eso, sino es pasar a otros…Entonces no quiero pasar ese dolor a alguien más sino superar, esa es la idea, poder curarme y poder vivir plenamente, como siempre he querido, en paz y tranquilidad”, dice con optimismo. (I)