Refugios de la pandemia (1)

Jorge Dávila Vázquez// Rincón de Cultura

Aislados, encerrados, sin ver a nadie, ni hablar con parientes o amigos, así estamos desde hace más de un año. No hacer nada, entre las cuatro paredes del hogar, hubiese significado, hace tiempo, caer en la demencia. Para evitarlo, nos hemos refugiado en distintos subterfugios de los sentimientos y la inteligencia, que nos han permitido subsistir, con cierta lucidez, día tras día.

Hay quienes se dedican al amor familiar como si nunca antes o después de ellos alguien hubiese amado a padres, hijos o nietos con ternura parecida, ni lo fuera a hacer jamás; quienes practican el don de la amistad, por teléfono, email, mensaje, carta, como sea, milagrosamente; quienes cultivan su jardín.      o plantas de interior, devotamente, como si de su floración estuviera atento el universo; quienes pintan con primor, cual si los críticos mundiales estuviesen pendientes de su pincelada; quienes bordan con suma delicadeza, como princesas de otro tiempo; quienes tejen con la inspiración de damas de leyenda; quienes leen y escriben como si de sus libros y escritos dependiera la salvación del mundo; y quienes mezclan escapatorias hermosas como las señaladas y otras parecidas, con magnífica entrega…

Refugios, refugios todos estos y muchos más, que evitan de algún modo los oscuros sesgos de la catástrofe.

Yo, confieso con sinceridad, que he practicado el hondo amor familiar; el don de la amistad, la escritura, la mini jardinería y la lectura (en su variante cinematográfico-televisiva), volviendo a una vieja pasión: lo policial. En tiempos lejanos tuve tres autores favoritos: Conan Doyle, Agatha Christie y Georges Simenon.

En este oscuro tiempo no he visto nada de Mr. Doyle ni de Monsieur Simenon, y, en cambio, sí, docenas de largos y cortos metrajes basados en historias de la Dama del Imperio Christie.

De los innumerables cuentos y novelas de la autora inglesa, los que me han fascinado siempre son los que tienen como protagonistas a Hércules Poirot y a la Señorita Marple, dos investigadores de una perspicacia admirable, una simpatía extraordinaria para el lector, solo comparable con el odio que despiertan no tanto en los criminales, cuanto, en los agentes del orden, que los ven como la más desleal y eficiente competencia. (O)