El sueño de la vida

Hernán Abad Rodas

En su intento de conquistar el mundo natural, la humanidad alteró el ritmo fijo fundamental de la naturaleza, y ahora ésta se está revelando contra el hombre, después de haber sido llevada al borde de la destrucción.

Veo que existen dos razones por los cuales el ser humano llegó tan lejos en la destrucción de su ambiente natural, la primera, el hombre moderno no considera el mundo natural como algo vivo en el mismo sentido en que el propio hombre está vivo; es decir, concibió a la naturaleza como algo diferente de la humanidad.

Aún, cuando la vida del mundo de la naturaleza sea diferente de la vida humana, el hombre desconoce que estas dos clases de vida están interrelacionadas, forman parte de una entidad vital mayor y están sometidas al ritmo de ésta.

Cuando observamos las montañas exuberantes, los valles hermosos, verdes y floridos, comprendemos que la esencia del cielo y de la tierra es vasta, pero mucha gente en su vulgaridad y materialismo la estrecha; no ven que la esencia del viento, las flores, la lluvia y la luna es disfrutable; pero el hombre en su continua agitación la hace imperceptible.

El cantar de los pájaros y el sonido de los insectos trasmiten lo que hay en sus corazones. La belleza de las flores y el color de la hierba no hacen sino mostrar el lenguaje de Dios.

Cuando el velo del silencio nocturno acaricia nuestros cansados párpados, nos quedamos profundamente dormidos; luego al amanecer y al escuchar el sonido de una campana en una noche callada, despertarnos del sueño, al SUEÑO DE LA VIDA.

Para disfrutar de la naturaleza, no hay que ir a muchos lugares: un estanque del tamaño de un tazón de arroz, o una piedra del tamaño de un puño, son suficientes para contener las nubes y la niebla del atardecer.

Para disfrutar del paisaje no es necesario ir lejos: si al lado de una ventana humilde en una cabaña de adobe o bambú, el viento o la luna nos acarician, esto es suficiente.

Para poder beber el néctar puro de la realización de la existencia, debemos tener un sentido de respeto por esta madre tierra, vivienda temporal de nuestro cuerpo y espíritu.

Parece incuestionable que el poder que el hombre adquirió sobre su medio ambiente, ha alcanzado un grado, en el que podría determinar su propia destrucción, si éste continúa empleándolo al servicio de su codicia. (O)