El IESS bajo la lupa (III)

Alberto Ordóñez Ortiz

El empleo del tiempo en la defensa de la dignidad humana es posiblemente la actividad más noble del hombre, porque significa la entrega de parte sustancial de sus días, que son vida y que, como todos sabemos, es única, sagrada e irrepetible y más aún si asumimos que si hay algo de eterno en nosotros es porque somos seres hechos de tiempo. Digo esto, porque es hora de devolver a la memoria colectiva uno de los nombres más preclaros en la defensa de una de las más importantes actividades humanas: la lucha sindical. Reconocerlo en momentos en que la amnesia social es una constante, es obligado imperativo ético.

Durante las dos últimas décadas del siglo pasado, la actividad sindical alcanzó planos estelares. En el IESS, la figura dominante fue la de Diego Ordóñez Ortiz, honrosamente incorruptible, quien, más allá de la coincidencia de apellidos, fue dueño y señor de una capacidad de convocatoria indetenible, recio e infatigable luchador que con su vida defendió la autonomía, el cabal uso de sus fondos, como los altos intereses de afiliados y jubilados, hoy bajo grave amenaza. Su gesta alcanzó dimensión heroica cuando Amnistía Internacional le declaró el primer –único hasta hoy- preso de conciencia ecuatoriano. Bastó la presión mundial de esa declaratoria para que, los serviles agentes de un poder pervertido se vieran vergonzosamente obligados a devolverle la libertad de la que había sido ilegalmente privado. 

Una vez rescatada esa figura que ennoblece a la condición humana, permítanme decir que en los momentos más oscuros, la esperanza debe hacer latir con fuerza al corazón, con esa que, es la única que puede conducirlo hasta donde están la dignidad y los mismos dioses, que es la que condujo a Diego en su ejemplar lucha por defender a la seguridad social, ese siempre vigente sueño de redención humana. (O)