Ciencia y religión

Marco Carrión Calderón

Este es un antiguo dilema, sin solución. La fe (religión) es creer en lo que no puede ser demostrado, en tanto que la ciencia pide creer en lo que se puede demostrar, experimentar y reproducir. Por esto el diálogo entre ellas es poco menos que imposible, por ser contrapuestas. Las religiones están imposibilitadas de comprobar sus conclusiones y suplantan la carencia de datos reales con mitos y fantasías que calman el temor ante lo desconocido.

Por la discrepancia entre fe y razón es que la Iglesia se opuso ferozmente a los primeros adelantos científicos, hace siglos, y para eso se valió primero de la tortura y muerte de quienes pensaban libremente y después de la censura de los escritos que contenían cualquier avance científico. Copérnico se vio obligado a mantener en secreto su teoría heliocéntrica por temor a la Inquisición. Galileo fue denunciado por los dominicos porque sus ideas contradecían a la Biblia; las amenazas de tormento y de la hoguera lo obligaron a retractarse ante los jueces. Recién en 1822 la Inquisición consideró que no era pecado creer que la tierra giraba alrededor del sol, cuando esto ya era aceptado por la comunidad científica siglos antes. Juan Pablo II pidió perdón a Galileo en 1992 cuando eso ya no servía para nada. Giordano Bruno, sacerdote dominico, sostuvo la teoría copernicana y fue quemado en la hoguera. Quienes creían en la evolución de las especies eran perseguidos y excomulgados.

Algunos teólogos llamaban a la razón “novia del diablo” y “peor enemigo de Dios”; sostenían: “no hay peor peligro que la razón, especialmente si se ocupa de las cuestiones del alma y de Dios”. El fundamento último de la religión no es lo racional sino la revelación y la fe; solo así puede aceptarse cosas como la Trinidad o la concepción de la Virgen, para citar solo dos ejemplos.

La teología católica, a partir de Santo Tomás, pretendió ser racional sin lograr que la religión y la ciencia, la fe y la razón, pudieran conciliarse. San Pablo se enfrentó a los filósofos griegos y en su “Epístola a los Corintios” (1,19) decía: “Pues está escrito, destruiré la sabiduría de los sabios y aniquilaré la inteligencia de los inteligentes”. (O)