Malsana codicia

El afán de superación es una aplaudida cualidad del ser humano. Podemos forjar nuestros destinos desarrollando positivamente nuestras cualidades para mejorar las condiciones de vida y contribuir constructivamente al funcionamiento de los entornos sociales en los que debemos vivir. Las organizaciones políticas y culturales en las que se desarrollan nuestras existencias deben proporcionar condiciones adecuadas para el presente y el futuro, pero no podemos esperar todo de ellas, ya que depende de cada uno de nosotros la manera como afrontamos los problemas y nos forjamos en el tiempo incentivando nuestras cualidades y corrigiendo los defectos.

Así como hay cualidades, también su contraparte: los defectos propios de nuestra condición a los que debemos tratar superar, pero hay casos en los que predominan en la conducta por una serie de condiciones individuales y colectivas. La ambición, en dimensiones moderadas es una cualidad cuando se trata de mejorar la posesión de riqueza como medio para mejorar la calidad de vida, pero cuando es exagerada, degenera en codicia en la que prima la acumulación por la acumulación que desplaza una serie de deberes sociales y morales haciendo de la explotación a los demás un medio “legítimo” para satisfacer estas desmedidas ambiciones.

 Lo deseable es el equilibrio entre la solidaridad enfocada al bienestar colectivo y el egoísmo que se centra en lo individual.  En la codicia prima del egoísmo. Hace pocos días salió a luz un ejemplo sorprendente en la ciudad de Quevedo puesto en práctica por una persona que acumuló –esperamos que transitoriamente- una fuerte cantidad de dinero ofreciendo pagar intereses inverosímiles. Tuvo “éxito” su gestión porque la ingenuidad, en este caso creer que se trataba de una oportunidad para hacer dinero con facilidad era viable, es decir otra expresión de codicia de menores dimensiones. Son lecciones de la vida para valorar el equilibrio entre trabajo y utilidades.