Sembrar odio desde las redes

Rubén Darío Buitrón

Un lunes, hace poco, el primer tuit que leí en mi cuenta fue uno escrito por un periodista, que decía algo así y que yo añado ideas por las sensaciones que me dejó: ‘’Y esta semana, ¿a quién vamos a atacar, quién se vendrá contra nosotros, con quién sostendremos disputas violentas, entre quiénes vamos a odiarnos?’’.

La referencia fue contundente, como un grito de guerra. Los que usan las redes sociales no lo hacen de manera inocente, sino con un propósito muy claro: demonizar a quien no empata políticamente con los unos y divinizar a quienes consideran líderes y voceros de la tendencia opuesta.   

Aquí no se propone deliberar, debatir, reflexionar y hasta discrepar respeto al otro, con reverencia al pensamiento diferente, como debiera ser en una sociedad civilizada y una democracia madura. No. Aquí lo que importa es quién agrede más y quién logra posicionar su tesis o su visceralidad en Trending Topics.

Solo con un diálogo abierto y sincero derrotaremos al adversario real o imaginario porque, hay que decirlo, inventamos rivales, los hacemos subir a un ring y los noqueamos, pero mientras él está con guantes reglamentarios nosotros guardamos en los nuestros instrumentos escondidos que nos permiten golpear con más fuerza sin que se percate el juez del combate.

Luego acudí al libro Construir al enemigo, uno de los últimos escritos por el ya desaparecido filósofo italiano Umberto Eco.

En un fragmento del texto encontré esta advertencia del autor: ‘’las bondades de tener siempre a mano a un rival es tener en quien descargar nuestras debilidades o faltas y, si ese rival no existe, habrá que crearlo’’.

Eco reflexiona acerca de la corrupción política italiana, alineada -dice- con mujeres hermosas y dispuestas a triunfar alrededor de ese tema tan manido. El filósofo hila un sagaz discurso sobre el ruido mediático, especialmente creado desde los centros del poder político para distraer al ciudadano medio, analfabetizarlo, impedirle cualquier posibilidad de discernimiento y ocultar las noticias importantes.

En consonancia con la contraportada del libro, Eco es ‘’el mejor ejemplo de una inteligencia privilegiada puesta al servicio de esos lectores que a la vida le piden algo más que titulares de periódico’’, algo más que mensajes violentos, superficiales, carentes de verosimilitud pero muy eficaces a la hora de lo que dice el maestro: construir al enemigo para distraer a la sociedad de los verdaderos problemas colectivos, de lo que necesita el bien común y de los fanatismos generados por una forma de hacer política mentirosa, falaz, ruin, vil, caricaturesca y escatológica.

Aquel llamado al combate del colega periodista me llevó al brillante comunicólogo español Manuel Castells, una eminencia en el mundo académico estadounidense, quien en su voluminoso libro Comunicación y poder ‘’realiza la reevaluación más profunda de las vidas de los ciudadanos modernos, desde qué valoran hasta sus formas personales y colectivas de comunicar’’, según el prólogo escrito por otro investigador español, Antonio Damaso, de la Universidad de Southern California.

Si unimos el presuntamente ingenuo tuit del colega periodista, quien en realidad estaba convocando a la guerra cotidiana, más los aportes de los maestros Umberto Eco (+) y Manuel Castell, ningún tuit político es inocente. Tiene su condumio, tiene sus intenciones, tiene su objetivo, tiene el blanco al cual hay que apuntar, busca a quien virtualmente matar.

Como dice Castells, ‘’el objetivo de la política mediática, como ocurre con toda política, es ganar y conservar el botín todo el tiempo posible. Esto no significa que el contenido de la política sea indiferente para los actores. Pero, como me recordaron repetidamente en conversaciones personales líderes políticos de todo el mundo, alcanzar una posición de poder es la condición previa para llevar a la práctica cualquier propuesta política’’.

Entonces, ¿Qué significa tener el poder no solo político sino, sustancialmente, el control del pensamiento y de la opinión pública? Significa poseer el control del Estado y, por tanto, el control de la vida cotidiana.

Dice Castells: ‘’Ganar el poder supone que la persona que encarna un proyecto político (incluidas sus ambiciones personales), respaldado por un partido, movimiento o coalición, efectivamente controla no solo sus funciones constitucionales sino los recursos económicos que el cargo le concede’’.

Por tanto, el mensaje no está desprovisto de ocultas intenciones dirigidas al ciudadano común: ‘’Apoyen a este candidato (o a esta tendencia) y rechacen al adversario, o, viceversa, rechacen a los contrarios con más vehemencia de la que emplean para apoyar a su candidato’’.

En su libro Construir al enemigo, Eco contaba que hace años estaba llegando a Nueva York y que un taxista paquistaní le preguntó, sin ambages, de dónde era y cuáles eran sus enemigos.

La respuesta de Eco fue clara: soy italiano y los italianos no tenemos enemigos. Pero el taxista insistió, porque no entendía que no hubiera un pueblo que no se encontrara en guerra con sus enemigos por razones territoriales, teológicas, étnicas o cualquier clase de estas disputas.

El conductor le explicó que quería saber quiénes eran los adversarios históricos y le subrayó que no era posible que un pueblo no tuviera enemigos.

Al bajarse del auto y despedirse del hombre, Umberto Eco se quedó pensando y se dio cuenta de la profundidad de la reflexión del paquistaní: ‘’tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, en la política, es preciso construir un proceso de producción de un enemigo y, si el enemigo no existe, es preciso construirlo’’.

Como escribía Eco, en la icónica novela 1984,su autor, George Orvell, muestra que la construcción del enemigo debe ser intensiva y constante, un modelo ejemplar: ‘’Un momento después se oyó un espantoso chirrido, como el de una monstruosa máquina sin engrasar, ruido que procedía de la gran telepantalla situada al fondo de la habitación. Era un ruido que hacía rechinar los dientes y ponía los pelos de punto. Había empezado el Odio’’.

¿Qué tipo de odio venimos construyendo desde hace 14 años en el Ecuador? Sin duda, el político, el ideológico, el intolerante, el incapaz de escuchar, el incapaz de dar tregua, el incapaz de aceptar un argumento de los contrarios.

La visión más pesimista es la del autor francés Jean Paul Sartre en A puerta cerrada. ‘’Podemos reconocernos a nosotros mismos solo en presencia de Otro, y sobre este principio se rigen las reglas de convivencia y docilidad. Pero, más a menudo, encontramos a ese Otro insoportable porque de alguna manera no es Nosotros. De modo que, reduciéndolo a enemigo, construimos nuestro infierno en la Tierra’’.

Eco termina su reflexión con una cita del propio Sartre, quien en su libro encierra a tres muertos, que en vida no se conocían, en una habitación de hotel. Uno de ellos reflexiona: ‘’… Estamos en el infierno y no hay nadie más. Nadie. Nos quedaremos hasta el fin solos y juntos. En suma, alguien falta aquí: el verdugo. Han hecho una economía personal, eso es todo. No hay verdugo porque cada uno lo es para los otros dos’’.

Verdugos de los demás y, paradójicamente, de nosotros mismos. ¿Cómo salir de este círculo en el Ecuador? No es posible en la medida en que somos incapaces, porque no lo entendemos o no lo deseamos, de dejar un espacio dentro de nosotros para que puedan, si son razonables, entrar en él los argumentos del otro.