Buscando culpables

Juan F. Castanier Muñoz

La Asamblea, de lo que hasta aquí va recorrido, no ha tenido un debut muy auspicioso. Se encuentra pendiente el tratamiento de algunas importantes leyes, como la de Comunicación enviada por el ejecutivo, la de educación superior y otros cuerpos normativos. Pero, y lamentablemente lo que más llama la atención, es una serie de denuncias sobre actos irregulares en la legislatura: el intento de adquisición de vehículos caros para las autoridades parlamentarias, un discurso de una de las asambleístas dando consejos sobre cómo se debe robar, otros cuatro asambleístas, entre ellos la vicepresidenta de la Asamblea, acusados de tramitar cargos públicos, y, en el último caso, incluyendo el pago de coimas para “acomodarse” burocráticamente. Otro asambleísta acusado de injurias. Otro de tener negocios con el gobierno. Otros asambleístas amenazados con destapar informes de contraloría con presunciones de responsabilidad penal. En fin, una olla de grillos o una caja de Pandora.

Algunos de los asambleístas acusados de tramitar cargos públicos han responsabilizado de los ilícitos a sus asesores, y digo ilícitos porque existen chats, mensajes, etc, que probarían, indiscutiblemente, que hubieron acciones violentando la constitución y la ley, en lo que a atribuciones de los legisladores se refiere y, por supuesto, a las prohibiciones inherentes a sus funciones. Ahora aparecen “sus” asesores como los delincuentes, casi casi que pertenecientes al cartel de Sinaloa, o a las fuerzas disidentes de las Farc, o a Sendero Luminoso, o a la mismísima mafia rusa o a la cosa nostra italiana. Los asesores son los únicos culpables, los malos de la película, los que han actuado al margen de la ley y, sus jefes, los santos mocarros, miembros dignos de la sociedad de hijos de María, adherentes a los coros celestiales y “ajenos” totalmente a las trapacerías de sus subalternos.

Oportunidad única para que la asamblea juzgue estos actos vergonzosos, e reivindique ante la opinión pública, se autodepure y para que se dé un giro de 180 grados hacia la decencia y la honestidad, que tanto, y con tanta razón, reclama el “respetable”. (O)