Refugios de la pandemia (16)

Rincón de Cultura

NO HAY REPOSO es el nombre del poemario de Susana Moreno Ortiz, que inicia la colección “Eugenio Moreno Heredia”. La autora viene de una importante experiencia narrativa y poética, centrada especialmente en la literatura infantil, pero este, sin duda, es su título más importante, porque revela muchas cosas, entre ellas una gran madurez lírica, que atrapa al lector desde el inicio y lo conduce por el sendero de una serie de búsquedas espirituales y estéticas hondas, atractivas. Es interesante, por ejemplo, el modo cómo Susana se entraña en el paisaje. No se trata de una simple pintura del mundo circundante, sino de una verdadera identificación, especialmente con el agua, y esta tiene muchas veces un nombre propio, que para muchos de los que se acercan al libro, puede resultar familiar: Yanuncay.

 “Vitrales de agua y ramas/ emergen de las catedrales/ del río”. La imagen es preciosa y se funde con la visión de lo arquitectónico, con lo espiritual: “Este es mi templo/ mi oración y mi embeleso,/ he sido una gota/ de gozo,/ un halo de luz/ en este y otros ríos.” La corriente próxima, que en más de una ocasión la poeta llama por su nombre, directamente, o en juego de palabras, como en Yanuncay: “Ya/ nunca/ ¡ay! / el hechizo de tu agua.  No hay reposo…”; en un poema que parece lamentar su perdida, su identificación con un pasado, una infancia, una juventud, idas para siempre y en cuya búsqueda no descansa el espíritu de la escritora.

Pero deja abierta la posibilidad de un encuentro en lo universal, en otros ríos: “mi aliento fluye / como un río sin reposo”, hasta desembocar en la totalidad del mar, aunque “igual que la arena cambia con las mareas/ se borran nuestras huellas”.

Hay en la poesía de la autora una consciencia de lo perecedero y lo eterno: somos, estamos en esa naturaleza que nos rodea, posee, llena, y al mismo tiempo, percibimos que “todo declina”, se esfuma, ya no es. 

Parece que en lo único que el ser humano no halla reposo es en la palabra poética. Partiendo de las aguas, Susana se llena interiormente de un paisaje tan extenso, que va de la intimidad familiar y vecina a las universalidades más lejanas de la Tierra, y siente que la sal muera depura las palabras “en el mar salobre” de su ser. (O)

Por: Jorge Dávila Vázquez