Seis errores usuales de los periodistas

Rubén Darío Buitrón

Uno. El periodista cree que es dueño de los espacios que ocupa en el medio donde trabaja y que, por tanto, puede escribir cualquier cosa que, a su criterio, interesará al público. Nada más lejos de la verdad: ¿Qué o quién le hace suponer que determinado contenido es trascendente o importante o relevante? Los únicos propietarios de lo que se piense, escriba y publique son las audiencias, la gente, los ciudadanos. Y el rol del periodista es uno solo: crear, abrir, mantener y estimular esos espacios mediáticos para generar grandes debates nacionales sobre los temas y asuntos que más importan al país, a la región, a la provincia o a la ciudad, según el perfil que tenga cada medio. Pero para eso se necesita algo esencial: salir del escritorio e ir al territorio. Conocer la realidad no como le han contado, sino como él la ve, la siente, la palpa, la percibe.

Dos. A menudo, en los informativos llamados “locales”, se escucha y ve que un ciudadano de a pie, en especial de los sectores más pobres y olvidados de las ciudades y los pueblos, le pide a un periodista que lo ayude o consiga determinado servicio público (agua potable, alcantarillado, luz eléctrica, seguridad pública), como si el periodista fuera un pequeño dios que puede ordenar o influir para que la entidad respectiva realice el trabajo solicitado. Aquí encontramos un problema de profunda concepción de lo que es el periodismo: un instrumento de servicio a la comunidad y a la sociedad, no una herramienta para que la utilicen a su manera los grupos de poder (incluidos ciertos periodistas que creen tener bajo su mando un espacio que nos pertenece a todos y que, en realidad, convierten a su programa de  “noticias comunitarias” en una plataforma política para llegar a convertirse en concejales, consejeros o asambleístas).

Tres. De diversas formas, el ciudadano ha empoderado demasiado al periodista en el Ecuador. Y el resultado ha sido negativo: el reportero se cree superior (?), no se prepara, no estudia, no se supera, no es autocrítico, no analiza, no reflexiona, no discute, no objeta, no plantea temas sobre el estratégico rol que desempeña como un pieza fundamental del ajedrez en el cual no se mueve solamente el periodismo sino todas las fuerzas sociales, económicas, políticas y gremiales que constituyen los elementos de la dinámica de la vida cotidiana de un país. “Esta cultura periodística -dice el británico David Randall- establece los que los directores y los periodistas consideran qué es una buena noticia y qué es aburrido y, por tanto, desechable, así como para dividir los temas en atractivos o faltos de atractivo. Es esa cultura periodística lo que crea el clima ético (o antiético) de un medio y, por ello, es responsable de la ética del día a día en una medida mucho mayor que cualquier reglamento teórico”.

Cuatro. El periodista cree que los dueños de los medios son sus jefes, con lo cual distorsiona de manera total el objetivo de su trabajo. El periodista debería ser tan dueño de los instrumentos de trabajo como de su fuerza de trabajo. Precisamente en estos conceptos radican la fuerza o la debilidad del oficio como herramienta de servicio a la sociedad. El periodismo puede ser un factor decisivo para cambiar una sociedad, pero solamente si se lo propone desde la honestidad y desde la calidad, no desde el interés de determinado dueño, por lo general aliado de los poderes políticos y de las fuerzas retrógradas que mantienen estancada a una nación.

Cinco. En el Ecuador ha llegado la hora de que el periodismo y los periodistas ecuatorianos tomen la iniciativa fundamental: encontrarle sentido profundo a su rol, a su papel, a su tarea. ¿Cuál puede ser ese sentido profundo? No cabe la duda. El periodista debe ser un vehículo de paz, de debate social, de consensos y disensos, de pensamiento, de inteligencia colectiva en beneficio de todos, pero, sobre todo, de los que más atención demandan del Estado. El periodista, gracias a los espacios de los que dispone, cuenta con la capacidad de mover las fuerzas esenciales de una sociedad a fin de que esta avance, progrese, sea capaz de distribuir bienestar, futuro y progreso a todos los sectores. Si comparamos la teoría con la práctica, al periodismo ecuatoriano le falta caminar mucho, primero sobre sus propios pasos y, luego, sobre el destino de una sociedad donde el rol mediático es clave. Hay que mejorar. Hay que superarse. Hay que capacitarse. Hay que sensibilizarse con los sectores populares. Hay que hacer del periodismo de investigación una herramienta para develar la corrupción y humanizar la tarea de ciertos burócratas que llegan al poder y, como dice el pueblo, se sirven de él y no sirven a la sociedad con la cual deberían comprometerse para realizar un trabajo honesto, limpio, transparente, lúcido, efectivo y eficaz.

Seis. El uso de las redes sociales debe ser inteligente y certero, no en función de que quien brille sea el que lleva un contenido a cualquier plataforma, sino el protagonista y destinatario del mensaje, es decir, el ciudadano. Como dice el escritor y periodista español Jorge Carrión, “no hay que confundir Linkedin con el mercado laboral. Ni a las personas que sigues en Twitter e Instagram con el panorama real de la creatividad y el talento. Tampoco hay que confundir tu whatsapp con la realidad social y política. Tus redes sociales son apenas una limitada representación de la realidad”. Tener más o menos seguidores no nos hace ni más ni menos importantes. Los llamados “influencers” están para otros asuntos, no para contarnos lo que ocurre en una sociedad y lo que hay que informar para contribuir al cambio. El tuitero Franklyn Molano, como un aporte a la reflexión de Carrión, pide que dejemos de decir “lo que se habla en las redes” o “está pasando en las redes” cuando buena parte del país vive y atraviesa circunstancias reales y diferentes que merecen verdadera atención. Molano es contundente: “Hay tanto abuso, tanto abandono, tanta indiferencia, tanta masacre que jamás aparece en las redes”. El maestro Ridjard Kapuscinski, el mejor reportero del mundo, nos dejó esa lección: si no eres capaz de ponerte en los zapatos de los otros, si no eres capaz de asumir la otredad y contarla, sería mejor que no hagas periodismo”.