La muerte de un escritor

Hernán Abad Rodas

El ser humano es como la espuma del mar que flota sobre la superficie del agua, cuando sopla el viento, desaparece como si nunca hubiera existido. De igual modo, nuestras vidas son sopladas por la muerte.

La realidad de vida es la vida misma, cuyo comienzo no está en el seno de la madre y cuyo fin no está en la tumba; porque los años que pasan, sólo son un momento en la vida eterna, y el mundo de la materia con todo lo que contiene, no es sino un sueño comparado con el despertar que llamamos muerte.

La muerte es un final para el hijo de la tierra, pero para el alma es el comienzo, es el triunfo de la vida. La muerte sólo se lleva el contacto de lo físico, y no la conciencia de lo bueno.

Aquel ser humano que ha vivido una primavera o más, posee la misma vida espiritual que aquel que ha vivido ochenta o más.

Un niño en el seno de su madre significa tanto cuando nace como cuando retorna a la tierra. Éste es el destino del ser humano.

El 26 de septiembre pasado, falleció en Cuenca el ilustre y distinguido escritor, periodista y cronista Eliécer Cárdenas Espinosa, regresando al seno de la madre tierra a devolver los elementos que le fueron prestados de ella.

Sus escritos son pruebas evidentes de que el saber es la Vida de la mente, que la conduce gradualmente desde las experiencias cotidianas del diario convivir, hasta las deducciones filosóficas, y desde éstas al sentir espiritual y luego a Dios.

La muerte como el mar, será vencida por quien la enfrente con bravura, y así la enfrentó Eliécer Cárdenas Espinosa, y hoy al dormir en su larga noche, dormirá en un profundo mar de paz y silencio.

Eliécer Cárdenas Espinoza fue, y seguirá siendo una lámpara brillante, jamás conquistada por la oscuridad, inextinguida por el viento y encendida por la llama de la paz, la dignidad, la justicia y la libertad. Eliécer no va a sufrir más en este injusto mundo, él nunca más será mártir de las leyes humanas.

Quien abraza el alba en sueños, ciertamente es inmortal. Duerma y descanse en paz, amigo e ilustre compañero de página, dulces sueños acompañen a su alma, que no le teme a la oscuridad ni a la eternidad.

Que valioso es vivir nuestras vidas sabiendo que cada día nuevo es una dádiva, y que cada nuevo mes o año, es un tesoro. (O)