Adiós a predilecto ciudadano

Edgar Pesántez Torres

Le conocí en edad temprana por referencia de profesores de literatura; más tarde leí su obra emblemática ´Polvo y ceniza’, hasta tener la dicha de ser su amigo y él invitarme a leer ‘Háblanos Bolívar’, que dijo ser mejor. En encuentros fortuitos o consensuados discurrimos en temas diversos de la vida cotidiana, donde me embebí de sus conocimientos y del arte de la vida: así fragüé una amistad profunda, sincera y humana. De las conversaciones con Eliécer Cárdenas Espinoza he conservado sus lecciones de sabiduría y humanidad.

Entablé mayor relación en reuniones informales, en donde los formulismos y protocolos eran esquivados y suplidos por la sinceridad y la espontaneidad. En la bohemia conocí su personalidad que contaba con un acopio de variedad de intereses, lo que le permitía apreciar diferentes situaciones de la vida y participar con entusiasmo en aquellas actividades que consideraba valiosas. Tenía un conocimiento apropiado de sí mismo, que le hizo ser ecuánime de lo era y de lo que podía llegar a ser. Además, poseía una filosofía propia de vida, con una cosmovisión democrática y ética que la practicó durante su vida.  

Fuimos colegas de cátedra universitaria en la UPS, en cuyas reuniones académicas enseñó el difícil arte de escuchar a sus interlocutores, para con elegancia de ideas y expresiones convencer a través de sus opiniones. En su juventud fue político de izquierda, hasta llegar a la adultez y alejarse de la política por advertir las impurezas y deslealtades, pero jamás dejó de preocuparse de ella, porque creía que sólo desde el poder se podía humanizar a la sociedad. El recuerdo de los encuentros informales y espontáneos disfrutados con el intelectual humanista, permanecerán en mí y constituirán mi más alto consuelo.

Compartimos el periodismo en los diarios El Tiempo, primero y en El Mercurio, luego, convirtiéndose, entre otros, en el pilar fundamental para incursionar en este oficio. Eliécer escribió siempre con precisión, dignidad y respecto, haciendo del periódico la Universidad del Pueblo como su único maestro y único libro de quienes no tenían maestro ni libros. Pese a su multifacética actividad intelectual, llegó más con el periódico al pueblo común y corriente, desde donde contribuyó al desarrollo individual y colectivo.

Me he permitido unas palabras coloquiales, pues los críticos pincelarán mejor sus dotes. Lo hago para despedir al amigo, convencido que la lealtad es un valor supremo del hombre que trasciende la vida. (O)