¡Escritores del alma!

Susana Cordero de Espinosa

He leído una hermosa exclamación repleta de esperanza, de Fernando

Tinajero, en el artículo en el cual lamenta la muerte, en brevísimo

lapso, de tres de nuestros escritores: Juan Valdano, Jorge Velasco

Mackencie y Eliécer Cárdenas, de entre ellos, el primero y el

último fueron miembros de nuestra Academia Ecuatoriana de la Lengua y

la honraron y honrarán su memoria, siempre.

«El mundo tiene nombre de espina, y se llama Ecuador, pero nada de lo

que en él fue verdor algún día quedará para siempre como polvo y

ceniza».

Entiendo este final del artículo de Fernando como manifestación de

esperanza: ‘nada de lo que en él fue verdor algún día quedará para

siempre como polvo y ceniza’ ha escrito, como para decirnos que nada

se acabará…; aunque, si añadimos una coma, que su verdor y

alegría, entre el sol y la lluvia, «quedarán para siempre como

polvo y ceniza». ¿Cuál, de entre estas opuestas posibilidades,

retener? ¿Buscó marcar su doble calidad, el escritor?

En la literatura, arte de la palabra, del que los tres fueron ricos y

valiosos autores, el arte venció la batalla con el tiempo; sus

libros les sobreviven y ¡oh paradoja! muchos nos lanzaremos a leer

con enorme interés esas obras suyas que, por la razón que fuere, no

pudimos leer ni comentar cuando estuvieron vivos. ¡Su obra los

prolonga entre nosotros y debería vivir afuera, entre las de tantos

otros escritores parangonables, exaltados, a veces, con razón,

otras, a pura mecadotecnia… ¡El éxito les ha sido egoísta!, no

por inútiles para lograrlo, sino por desconocidos, por ‘falta de

márquetin’, dijo Eliécer en un momento memorable; él, el escritor

tan prolífico y lúcido como modesto, bueno como el pan, reclamó lo

que nosotros, los de aquí, dejamos de hacer para los propios y

hacemos para los extraños: ¡empezar desde afuera, desde lejos, y

dejar pasar lo propio, como si nada!

Parece que hay que irse para contar en el mundo. Y sin el prurito de

‘contar’ por ‘contar’, el mundo que importa empieza en el nuestro: nos

vamos desde aquí, no desde otra parte. Llevamos este ‘aquí’ en el

corazón y en la palabra y si no nos traicionamos a nosotros mismos y

ponemos los medios necesarios, muchos de nuestros escritores, entre

ellos los tres recién idos, contarían más en el mundo, mostrarían

a muchos más que solo a nosotros, con su amor y lucidez, que su

mirada nunca esquivó la realidad, que la tradujo de mil y bellas

formas, ¡lo que es tanto y tan arduo de lograr!

Bien visto, sin consentir en la injusticia de su partida, que nuestro

regreso a lo que ellos dejaron, a su palabra justa, nos redima de

tanta sinrazón; que sus muertes no sean vanas y su palabra bella,

triste, inmensa, nos nutra desde la ausencia. Los perdimos en momentos

en que su contribución a mirar con mirada distinta, a darnos razones

de las infinitas muertes inútiles tras muros que ‘protegen’ a la

sociedad de quienes la ‘dañan’, habría contribuido a sostenernos.

Su partida les ahorró el horror del presente, pero ¡qué solos nos

dejaron, escritores del alma! (O)