Refugios de la pandemia (21)

Jorge Dávila Vázquez / RINCÓN DE CULTURA

LA NOCHE DE MERCUCIO es el tercero y último de los volúmenes de la colección “Eugenio Moreno Heredia”, que me permitiré compartir con Uds., amables lectores.

Este es el trabajo más reciente de Fernando Moreno Ortiz (1963), que ha publicado ya 6 poemarios antes, y reúne no solo su última producción, si no textos de años anteriores, que nos permiten intuir las tendencias del trabajo lírico del autor.

El libro, como los anteriores que hemos comentado, está muy bien editado. La portada, de gran belleza, se basa en una obra de Alicia Méndez Durfee y el diseño general es de Juan Pablo Ortega.

El título nos remite a uno de los personajes y las situaciones más interesantes de “Romeo y Julieta” de Shakespeare.

La noche del baile en casa de los Capuleto, cuando se iniciará la historia de amor inmortal y se sellará el destino trágico de los personajes, conocemos a un grupo de jóvenes y al más interesante amigo del héroe, Mercucio. Su monólogo de la Reina Mab es de lo más brillante de toda la obra.

Sin embargo, y pese al uso intencional de la circunstancia shakespeareana, Moreno utiliza como epígrafe una frase clave de Romeo: “¡Silencio!¡Silencio, Mercucio, silen-cio!/ Estás hablando de nada.”

Y esta podríamos tomarla como una de las claves del libro.

Fernando se plantea la trascendencia del silencio: “Puede nacer una palabra del silencio”, se pregunta; pero parece estar convencido que es de donde brota toda poesía, por una parte, y por otra su incertidumbre es constante sobre el valor de la palabra, por ello pide al padre muerto se la enseñe (PADRE SI VIVIERAS).

Si él, en cierta medida, se identifica con Mercucio, cuya noche asume ya en el título del libro, por otro lado, se ve como los demás personajes del drama, poniendo en duda el discurso mercuciano, equivalente a su propia poesía, sobre cuyo valor vacila dialécticamente: “El poema es una escena/ congelada.”

En una época de palabrería vana, en que hallamos, muchas veces, libros que son la esencia misma de lo vacuo, que un autor se plantee repetidamente sus recelos respecto del valor poético de su palabra, resulta totalmente sorprendente.  Y, además, conmueve su inamovible aferrarse al verbo incluso más allá de la muerte: “Y florecerá/ en cada palabra/ Mi sueño”. (O)