Negro

Catalina Sojos

En tanto nuestra ciudad celebra sus 201 años de independencia criolla, aristocrática, mestiza y puebla sus imaginarios urbanos con la consabida cohetería que lastima a los animales y enciende el alcohol y las fiestas, en el cementerio se preparan las familias para celebrar el día de difuntos, sin ninguna injerencia de las costumbres de otros países; la colada morada, las guaguas de pan, el cántaro de barro son parte de los ritos ancestrales. Pero, más allá de esta ciudad serrana, en este país multicultural, diverso y racista otras comunidades viven sus propias realidades. Los negros y negras danzan para recibir a sus invitadas de honor allá en Ibarra, San Lorenzo, el Rio Santiago, Zapallo Grande y Telembí, desconocidos para nosotros, y en permanente estado de emergencia puesto que el racismo es, más allá de ignorante y cultural, sobre todo ecológico. Lugares en los que el derrame de petróleo es permanente, las concesiones mineras han asolado la región y la discriminación racial es absoluta. Las asimetrías en el acceso a la salud y servicios básicos fueron ínfimas durante la pandemia. Y el estado es responsable por todo ello.  Rotundamente negro, nuestro país invisible y miserable continúa a la espera sin que las diversas capas sociales se pronuncien, más allá del circo que provocan y el retraso que conllevan. Negro, rotundamente negro como dice nuestra gran amiga poeta Shirley Campell Barr en su última visita, la realidad ecuatoriana, estratificada y (en algunas ocasiones llena de odio y racismo) habita este lugar maravilloso que se inserta entre los más pobres del mundo. (O)