¿Qué hacer con la radio pública?

Rubén Darío Buitrón

Un tuit esta semana me llamó la atención: el gobierno de China donará al Ecuador equipos de última generación para la radio pública del Estado, conocida ahora como Pública FM.

Se trata de una buena noticia, pero que se queda en el aire cuando nos damos cuenta de que el elenco que hizo la estación (productores, periodistas, técnicos, redactores) fue sacado de la emisora.

Así que lo primero que debemos preguntar es si los equipos donados por China harán el milagro de convertir a Pública FM justamente en eso, en ser pública, en ser ciudadana, en ser la voz de la gente de a pie y no en izar la bandera del gobierno de turno y someterse a los caprichos de los altos funcionarios del régimen, como ya ocurrió en los anteriores 14 años.

Radio Pública FM comenzó a funcionar el 18 de agosto de 2008, durante el gobierno de Rafael Correa, y se la implementó con un presupuesto de 1,7 millones de dólares gracias a un crédito no reembolsable del Banco de Desarrollo del Ecuador.

Inició sus operaciones con el nombre de Radio Pública del Ecuador y el 14 de noviembre de 2017 cambió su nombre a Pública FM como parte de un supuesto proceso de renovación de todos los medios públicos, renovación que no fue tal porque lo que, en realidad, hizo el gobierno anterior fue desmantelar los medios públicos y reducirlos a su mínima expresión.

Es, por tanto, una emisora de propiedad del Estado (es decir, de toda la sociedad) y hoy está manejada por la Empresa Pública de Medios Públicos (la redundancia es de la burocracia, no nuestra), creada mediante decreto ejecutivo 1158 publicado en el Registro Oficial 854 del 4 de octubre de 2016, bajo el gobierno de Lenin Moreno.

No obstante, lo que tanto cuestionaban al correísmo los altos funcionarios del régimen morenista terminó siendo una copia fiel de las políticas y de las líneas editoriales de los medios mal llamados públicos, en especial de la Radio, una estación cuya señal llega a todo el Ecuador y, por tanto, su cobertura y alcance son una tentación muy fuerte para cada gobierno.

¿El correísmo manipuló los medios para que se convirtieran en altavoces de su discurso ideológico y político? Por supuesto que sí. A pesar de que había un comité editorial formado por personalidades externas a la radio, este comité permitió que la radio se convirtiera ya no en pública, sino en gobiernista, en proselitista, en partidista, en oficialista.

Para cualquier oyente estaba claro que sintonizar Radio Pública era sintonizarse (valga la ironía) con las líneas políticas del régimen que duró diez años en el poder.

Sin embargo, cuando llegó el nuevo presidente de la República en el 2107 con su actitud de “devolver la libertad de expresión a los ecuatorianos” y borrar la memoria del correísmo no hizo más que generar lo contrario: que la audiencia escuchara contenidos totalmente favorables al morenismo. Ni más ni menos, una copia de lo que hicieron sus supuestamente odiados antecesores.

Y ahora, trece años después de que se inaugurara la radio, parece que los nuevos directivos de la Empresa Pública, nombrados por el lassismo, no saben qué hacer con la radio, así como tampoco saben cómo se hace televisión pública con Ecuador TV y cómo se hace prensa pública con El Telégrafo, cuya versión impresa desapareció y solo quedó como un irrelevante periódico digital cuyas opiniones y manejo informativo son absolutamente irrelevantes para el conjunto del país.

Manipulada y manoseada por tantos años, Pública FM no cumple de ninguna manera los postulados básicos de un medio de comunicación estatal. Quienes la manejaron y la manejan no cambian para nada: simulan no darse cuenta de que su verdadero rol es convertirla en un radio eminentemente educativa, cultural, productora de espacios para todo tipo de público y generadora de una programación de alta calidad, alejada de manera total de los intereses y las tentaciones del gobierno de turno.

El experto Guillermo Orozco Gómez explica que “en América Latina, los indígenas, los indigentes, y los diferentes grupos discriminados por la prensa comercial deberían ser parte decisoria y decisiva para la creación de una radio realmente ciudadana”.

Orozco sostiene que un medio público debe integrarse y fortalecerse con decenas de “pequeñas minorías” que terminan siendo una amplia audiencia si entendemos esas pequeñas minorías como los partidos disidentes, los trabajadores, los movimientos sociales, las mujeres, los niños, los jóvenes y los ciudadanos de la tercera edad, quienes “son sistemáticamente excluidos de las radios comerciales o, en todo caso, han sido precariamente asumidos e interpelados desde un conveniente y prefabricado estatus mercantil de consumidores-espectadores pasivos”.

No se trata de ganar audiencias porque una radio pública no se rige ni se mueve a base de estadísticas, ratings o a escuchas activas cibernéticas.  Se trata de presentar al público “una opción temática y de tratamiento programático riguroso y creativo, a la vez que les provoque escuchar, participar, intervenir, usar su derecho a la libertad de expresión y manejar, desde sus individualidades, “un medio diferente que les invite, les provoque y lleve a hablarla, comentarla y repensarla para sus propios fines”.

En relación con la alegría desproporcionada de las nuevas autoridades de los medios públicos ecuatorianos, deberían tener muy claro que “no hay tecnología que valga si no sabemos lo que queremos de nuestros medios”, como dice la experta Teresa Montero Otondo.

Los medios públicos -sentencia Omar Rincón- “deber ser el escenario de lo underground, la creación independiente, el bufón de la casa homogénea de lo masivo. Debe seducir a través de relatos seductores, experimentales, irónicos, que visibilicen al excluid; debe reconocer esas otras estadísticas que nunca hemos escuchado en la radio; debe nombrar y representar esas otras maneras de hacer la sociedad”.

Hay que recordar a los directivos de Pública FM que, como decía J. Martín Barbero, “hablar de comunicación significa reconocer que estamos en una sociedad en la cual el conocimiento y la información han entrado a jugar un papel primordial tanto en los procesos de desarrollo económico como económico, como en los procesos de democratización política y social”.

Pero, cuidado, aquello de ser “el medio de todos” puede terminar en el medio de nadie.

La opción está clara: adoptar el punto de vista del ciudadano, del ser humano común y corriente con sus necesidades e inquietudes frente a su misma gente y a los otros ciudadanos que requieren conocer lo que pasa con los demás.

De lo contrario, de poco valdrán los entusiasmos por comprar nuevos equipos si no sabremos qué decir con ellos.

No se trata, por tanto, de preocuparse solo del continente, del recipiente, de la tecnología de punta. Se trata de diseñar y producir programas no gobiernistas, no proselitistas, no oficialistas ni gubernamental. Programas ciudadanos. ¿Es tan difícil entender esto? Al menos, durante los últimos 14 años, no pareció que lo comprendieran o que les interesara.

Contenido para la gente común, por favor. Los nuevos equipos que llegarán para la radio solo servirán para amplificar lo positivo y lo negativo de un gobierno que no cree en las políticas públicas de comunicación ni en la participación horizontal de todos los segmentos de la sociedad en la construcción de nuevos lenguajes,  nuevos paradigmas, nuevos sentidos y sensibilidades.

¿No sería lo sensato aplicar en el planteamiento de los nuevos contenidos mediáticos el lema oficial que aún permanece sin convencer a buena parte del país, “el gobierno del encuentro”, es decir, de quienes tienen el poder y quienes no lo tienen, pese a que el Estado somos todos y, por tanto, lo que le pertenece al Estado tiene que ver con lo que le pertenece al pueblo. Así de simple.