Degeneración de la revolución

Mario Jaramillo Paredes.

Lo que ocurre en estos días en Nicaragua es una vergüenza y ratifica que casi todas las revoluciones degeneran en dictaduras iguales o peores que aquellas a las que un día combatieron.

La revolución francesa de 1789 comenzó como una lucha contra el despotismo monárquico, pero terminó con Napoleón Bonaparte que instauró un gobierno imperial con más concentración de poder que los antiguos reyes.

Las revoluciones americanas de la independencia condujeron a los recientemente fundados estados a caer en manos de nuevos déspotas como Flores- el primer mandatario republicano- en el Ecuador. Aquella frase que apareció en las paredes de Quito señalando que se trataba “del último día de despotismo y el primero de lo mismo” describe bien lo que ocurrió.

La revolución rusa acabó dando el poder a un déspota como Stalin, peor que los temidos zares. Millones de seres humanos perseguidos, torturados y asesinados muestran en lo que puede degenerar lo que nació como un intento de cambiar la sociedad. En la misma línea, la revolución China desembocó en Mao que, especialmente durante la llamada revolución cultural, generó uno de los genocidios mayores en la historia de la humanidad. Los jemeres rojos en Camboya acabaron con un tercio de la población. Las tres revoluciones asesinaron, acusándolos de contra revolucionarios, a más gente que todas las guerras anteriores en la historia de la humanidad, incluyendo la inquisición y las cruzadas.

La revolución cubana creó la dinastía de los Castro similar a la de Batista al que combatieron y la llamada revolución venezolana condujo a ese país a las manos de Chávez y Maduro.

La revolución nicaragüense contra Somoza degeneró en la dictadura de Daniel Ortega y de su esposa, que el próximo domingo irán a un quinto periodo presidencial luego de encarcelar a sus opositores e impedirlos terciar en las elecciones. (O)