Femicidios y política

Marco Salamea

A propósito de haber conmemorado el jueves 25 de noviembre el día de la lucha contra la violencia hacia la mujer, es oportuno analizar el carácter político que tiene el femicidio como fenómeno social.

Toda relación humana se basa en relaciones de poder, donde una persona o algunas tienen la capacidad de imponer su voluntad. Y si hay poder, hay política, pues esta es la actividad que realizan las personas para ejercer y mantener el poder.

En las relaciones sociales que se dan entre hombres y mujeres, como por ejemplo las relaciones de pareja, es generalmente el hombre quien tiene el poder; esto debido, sobre todo, al carácter patriarcal y machista que caracteriza a nuestras sociedades. Se trata de un poder cuyo ejercicio puede aparecer como legítimo o ilegítimo.

El poder del hombre asoma como legítimo cuando es aceptado o reconocido como válido por parte de la mujer, quien considera como “natural” o “normal” su subordinación al primero; pero, dicho poder es ilegítimo cuando no es aceptado o validado por la mujer. Cuando esto último sucede, generalmente, el recurso que usa el hombre para ejercer poder es el uso de la violencia, la misma que puede ir desde la violencia verbal hasta la violencia física, violencia esta que en el extremo puede terminar en femicidio.

La violencia, entonces, cuando es un medio que usa el que ejerce poder es una violencia política, y por lo tanto debe ser abordada y enfrentada precisamente en el espacio de lo político y lo público, esto es, en el espacio de las leyes e instituciones de la sociedad. En el caso de Ecuador, la Constitución y otras leyes amparan a la mujer agredida y tipifican como delito la violencia contra ella.

Sin embargo, más allá de lo legal, el tema de fondo para resolver este tipo de violencia pasa por transformar las mentalidades de las personas, sobre todo las de los hombres; pasa por combatir la cultura machista predominante, y por replantear las relaciones entre hombres y mujeres en términos de equidad y, por ende, de democracia. Es decir, la democracia no debe ser vista sólo como una forma de régimen político, propia del Estado; sino como una forma de vida social que tiene que comenzar desde el hogar y la vida íntima. Sólo así podremos vivir en una sociedad realmente humana. (O)