Capital social

Marco Carrión Calderón

Este concepto, según el distinguido intelectual y politólogo Dr. Oswaldo Hurtado, hombre honesto y honorable a carta cabal, se refiere a que en él intervienen las instituciones, las virtudes cívicas y las relaciones de confianza y cooperación que guían la vida diaria de los ciudadanos, a cuyos mandatos morales se someten voluntariamente.

A ello se atribuye el desarrollo de las naciones y el éxito de los países que hoy lideran el mundo, antes que a la tenencia de recursos naturales, medios financieros y capital humano. Los valores culturales de los ecuatorianos se formaron en la remota colonia y sin modificaciones se mantuvieron en la República, para comenzar a cambiar recién a mediados del siglo XX y, de manera visible, al finalizar el milenio. El modo de ser de los ecuatorianos dificultó que las actividades productivas funcionen con eficacia. No se distinguieron por ser empeñosos, sino impuntuales indolentes e incumplidos con sus obligaciones y compromisos. Solo importaba lo inmediato y no el largo plazo.

Los “blancos” despreciaban el trabajo y el comercio que dejaban para “indios”, “negros” y “cholos”. No tenían sentido práctico de la vida y en lugar de ahorrar, gastaban en festejos, fiestas religiosas y en levantar suntuosas iglesias.

No honraban las virtudes cívicas en que se sustentan las sociedades democráticas. La ley era para ser incumplida y aplicada de acuerdo a las conveniencias. El dogmatismo católico formó mentes intolerantes, poco dispuestas a aceptar discrepancias y buscar la verdad mediante el uso de la razón, obstáculos para que hubiera libertad de pensamiento y pluralismo ideológico.

El Capital Social en el Ecuador ha sido siempre menospreciado y nada cultivado. Gobernantes y gobernados hemos procurado que el país estuviera al servicio de los intereses de quienes conseguían colocarse en los niveles de gobierno con un desprecio olímpico al bienestar de las mayorías colocadas en posición inferior. Eso ha sido así siempre y no cambia en los tiempos recientes ni actuales. Prueba de ello el infame correato que enriqueció de manera gigante a la camarilla de altos burócratas de Carondelet o cercanos a él. (O)