Periodistas que se juegan la vida

Rubén Darío Buitrón

No solo sucede en México o en Colombia. También sucede en Ecuador. Los periodistas, en especial los reporteros, siempre están bajo ataque, siempre amenazados, siempre en indefensión, siempre en la mira del poder intolerante.

En las recientes semanas he tenido encuentros con reporteros duros, reporteros que me han dicho que están dispuestos a llegar hasta lo más profundo de la corrupción, del peculado, de las mafias del narcotráfico, de las organizaciones delictivas.

No es nada fácil. Esos grupos fuera de la ley atropellan todo: la condición del periodista como ser humano con derechos, las amenazas a la familia del reportero como un chantaje o extorsión para que opte por el silencio, el mensaje directo del jefe de la pandilla en contra de quien está cumpliendo su obligación y haciendo honor a las obligaciones que se autoimpuso cuando decidió ser periodista.

Ecuador es un país que se va pudriendo rápidamente. Un país que apenas hasta hace quince años se lo denominaba “isla de paz” porque, a diferencia de sus vecinos Perú y Colombia, acá no había terrorismo, acá no había narcotráfico, acá no había guerrilla, acá no había poderes políticos vinculados con aquellas mafias y bandas.

Las masacres que han ocurrido en las cárceles, especialmente en la Penitenciaría del Litoral y que han dejado más de 300 muertos en este año, son apenas la punta del ovillo.

Si tiramos de la punta del hilo caerá sobre nosotros toda la basura que venimos acumulando: bandas armadas, sicarios, funcionarios o exfuncionarios vinculados a las organizaciones del delito, políticos corruptos que pese a estar en la cárcel quedan impunes y que se disfrazan de inocentes víctimas del poder de turno.

Hay militares y policías cómplices que anticipan a las mafias los operativos en su contra, militares u policías cómplices que reciben dinero y prebendas a cambio de su tolerancia al delito, al tráfico de drogas, al tráfico de emigrantes, al tráfico de personas, en especial mujeres, para convertirlas en esclavas de los poderosos jefes de los grupos que atentan contra la paz social, la democracia, la convivencia colectiva, el respeto a los otros.

El miedo se reparte por las calles y las ciudades. No hay lugar en el Ecuador donde pueda decirse que allí, afortunadamente, hay calma y tranquilidad, que los ciudadanos realizan sus actividades cotidianas sin recelo ni temor.

Se trata de un miedo que, según los líderes políticos y la delincuencia organizada, lo promueven los medios de comunicación. Por eso impiden las coberturas periodísticas y atentan contra los derechos de la libertad de prensa cuando obligan a un equipo de reporteros a borrar las fotografías, en un claro abuso del poder.

Se trata de un miedo que, según los líderes políticos y la delincuencia organizada, solo podrá extinguirse cuando los periodistas dejen de joder, callen, no se acerquen al fuego, no se atrevan a denunciar, peor a investigar.

Los victimarios convertidos en víctimas.

Y, mientras tanto, el poder político es incapaz de encontrar salidas a los cada vez más graves problemas de violencia. Las advertencias a los periodistas. La intimidación. El perverso juego de “conocemos perfectamente a tu familia y sabemos quién es tu esposa y en qué escuela se educan tus hijos”.

Existe descalificación y soberbia frente a indagaciones serias y profundas sobre los evasores de impuestos. Se acalla al reportero que pregunta acerca del tema de los paraísos fiscales con el simple mecanismo de apagar el micrófono.

La confusión que generan desde Carondelet los propios funcionarios cercanos al Presidente, quienes a veces cumplen funciones administrativas, a veces reemplazan al vocero, a veces dejan que el vocero especule con opiniones fuera de lugar, a veces emiten comunicados con medias verdades, a veces tardan horas e incluso días en emitir una versión oficial de los hechos, a veces apelan a ridículos minishows en la red Tik Tok, a veces no responden a las preguntas básicas que se hace la gente, como aquella de que no hay un solo centavo para comprar medicinas pero sí hay 150 millones de dólares para el clientelismo populista de ofrecer recursos para que algún día, en medio de alcaldes sospechosos de corrupción o sospechosos de incapacidad, entre en funcionamiento un proyecto bizarro llamado Metro, salido hace más de seis años de la imaginación de un alcalde que era una de las estrellas del correísmo y que luego fue abandonado a su suerte.

Es toda esta vorágine, es toda esta torre de Babel en donde los ecuatorianos estamos hundiéndonos, donde los ecuatorianos nos desencontramos, donde los ecuatorianos nos desconocemos, donde los ecuatorianos desconfiamos del prójimo.

Una torre de Babel que crece y se expande vertiginosa y va encendiendo pequeños fuegos por todas partes poniendo el combustible para encender las peligrosas llamas del racismo, el antifeminismo, la xenofobia, la transfobia, los delitos de odio, la falta de empleo, la escasez de medicinas en los hospitales públicos, los recortes financieros a la salud, a la educación y a la cultura -derechos inalienables de los ciudadanos según la Constitución de la República-, la falta de perspectiva y visión para el uso adecuado de los medios de comunicación públicos.

¿En serio creen los mafiosos, los corruptos, los líderes de la delincuencia organizada, que frente a todas aquellas afrentas que estamos denunciando, los periodistas nos vamos a callar?

¿En serio creen que nos silenciarán con bravatas, maltratos, abusos y amenazas? ¿En serio piensan que conseguirán que no hagan olas los periodistas honestos, aquellos que no están financiados por bancos privados ni por dineros oscuros, aquellos que se comen la camisa pero que siguen cumpliendo su misión ética en función de limpiar el país de tanta podredumbre?

En el Ecuador, los periodistas se juegan la vida. Los verdaderos periodistas. Los que no son comensales de Carondelet ni tienen compromisos de ningún tipo con los distintos sectores que intentan manipular a la sociedad.

Ellos reciben más amenazas que las que el público puede imaginar. Ellos prefieren no denunciar los ataques y las advertencias porque se niegan a que se los vea como limosneros de un pedazo de compasión y solidaridad, mucho peor del poder político que maneja el Estado, instancia que, paradójicamente, es la responsable de la seguridad de los ciudadanos.

Los periodistas no paran ni en las noches ni en los fines de semana. Investigan. Se documentan. Averiguan. Contrastan. Buscan fuentes diversas para corroborar un hecho que es necesario reforzar antes de que se publique.

Los periodistas reciben insultos, agresiones, burlas, ataques sistemáticos de los trolls y los boots de quienes se dicen impolutos, de quienes creen que en el Ecuador es fácil estar fuera de la ley y vestir el traje de la honestidad, la pureza, la ética, la desvergüenza, el cinismo.

Los periodistas no responden al insulto y a la agresión con otros insultos y otras agresiones: responden con su trabajo, este sí honesto, ético, limpio, transparente, arriesgado, temerario, valiente.

Pero los periodistas acuden a las fuentes o a los escenarios donde se producen los hechos y nadie sabe lo que pasará con ellos.

Porque sigue intacta la nefasta herencia de burlarse de su trabajo, de arremeter contra ellos desde las alturas del poder, de advertir, de enjuiciar, de entorpecer su trabajo, de no responder a las inquietudes periodísticas que son las inquietudes de la sociedad.

Aunque se diga que las cosas han cambiado, que “ya no es como antes”, que ahora se respira libertad, hay que pensarlo bien cuando se escucha o cuando alguien repite estos criterios. A ningún poder le gusta que lo toquen. A ningún poder le gusta que lo indaguen. A ningún poder le gusta que lo interpelen.

El poder debe mentir para tener controlada a la colectividad. Pero los periodistas que se juegan la vida en su trabajo deben revelar esas mentiras y destapar las verdades. Eso es democracia. Eso es pluralismo. Eso es (eso sería) respetar la libertad de expresión no solo de los periodistas, sino, sobre todo, de los ciudadanos a quienes los periodistas se deben y representan.