Sara Huma

Aurelio Maldonado Aguilar

Muchas veces recorrí sus callejas y pasé bajo sus aleros algunas vacaciones, sintiendo aquella irremediable magia que tienen sus casas y recovecos de insólita belleza. El mismo sentimiento de admiración que percibí en ciudades italianas como Amalfi, Bérgamo, Siena y españolas como Ronda, con obvias diferencias e historias, sentí en la bella Zaruma cuyo nombre se dice viene de sara que es maíz y huma que es cabeza. Ciudad de mil títulos y de las iniciales del Ecuador, fue el asiento de las primeras colonias de judíos sefardíes en América, que en su eterna diáspora y tratando de conseguir un lugar aislado para vivir calmadamente sin ser perseguidos y que además tenga riquezas que explotar, fundaron “la villa de San Antonio del cerro de oro de Zaruma” nada menos que en el año de 1549, para luego tener otra fundación, apenas luego de la de Cuenca. Bella e insólita se yergue sobre una montaña de oro, que hoy es su tumba. El oro, metal que, a lo largo de la historia por su color y ductilidad, enloqueció al hombre en toda época, incluyendo la actual, donde su acumulación predispone riqueza. Como topos insomnes y codiciosos, los gambusinos ilegales y también varias compañías internacionales, que gobiernos corruptos e indolentes les autorizaron explotar el metal sin importarles que conviertan el magnífico cerro de oro en una madriguera de ratas ambiciosas, cuyos túneles y socavones van destruyendo una de las ciudades más bellas del Ecuador, declarada patrimonio de la humanidad. Como trampas de muerte, el piso cede y las casas son engullidas sin remedio, convirtiendo en ruinas el patrimonio. Muchas veces pasó y sin embargo les dejaron seguir. Golpe tras otro, todo se viene abajo y muchos imbéciles que pudieron evitar el desastre desde sus burocracias lejanas, permitieron que continúen los porrazos y explosiones subterráneos para obtener oro sin siquiera pasarles por sus reducidas mentes, que la riqueza está en paredes, aleros, callejas, arquitectura, gente maravillosa, que pudiera dar indefinidamente regalías con el ávido turismo bien promocionado. Sarahuma, la hermosa jema engastada en una montaña de oro, se destruye. Pasó el momento de cuidarla y tenerla intacta, más nunca es tarde para custodiar estricta y drásticamente lo que queda de su hermosura sobre un monte carcomido por túneles de larvas ambiciosas. Luchemos todos, cada uno desde nuestro espacio y salvémosla del temido desastre total que se avecina. (O)