Balance de fin de año

Alberto Ordóñez Ortiz

El fin del 2021 lo puedes tocar con la mano. Basta extenderla. Hay sangre en este umbrío aire de difunto de este fin de diciembre que muere juntamente con nosotros que, también hemos muerto un año más, aunque con el aroma de los buñuelos, pretendamos taparlo. Con su muerte a cuestas, este es el momento preciso para que con cruces de ceniza marquemos lo que hicimos y dejamos de hacer, de la misma manera que lo bueno y lo malo. Si aspiras a que ese balance sea limpiamente ecuánime e imparcial, aléjate de la arrogancia y sepulta la vanagloria, quédate desnudo frente a vos, con tus luces y tus sombras, tal como eres, y mírate en el espejo de la realidad, aunque al hacerlo, quedes ciego. 

Durante el presente año, han transcurrido casi 365 días en el tiempo humano, y digo tiempo humano, porque es el que inventamos para reducirlo a nuestra precaria transitoriedad. En realidad, el tiempo tiempo, no tiene edad, ni es mensurable, pero para tener un punto de referencia que nos permita medir nuestra fugacidad, creamos los segundos, los minutos, las horas y su vasto etcétera. En base a esa desesperada fórmula es que podemos decir: vivió hasta los 80 años, aunque por encima de ella, el tiempo tiempo, avance soberano en su implacable andanza. En este punto, entender que somos breves criaturas de humo, seres hechos para colmar la nada, es asumir que, por estar solo de paso, debemos buscar en nuestro más recóndito arcano, si queremos dar con esa chispa divina que desde siempre nos espera con los brazos abiertos. 

Entonces, llénate de universo, y anda, corre y dile al mundo lo que sin tapujos sois, que pronto llegará el día en que el viento -el simple viento- se llevará todo lo que eres, sin que nadie vuelva a saber que por aquí pasaste. Lo cierto, es que diciembre agoniza, y con él, nosotros, inevitablemente, también.  (O)