Reencuentro

Aurelio Maldonado Aguilar

Navidad y fin de año reverdecen sentimientos de amor, generosidad, solidaridad entre los hombres. No puedo ser excepción y declaro que muchos buenos conceptos e intenciones florecen en mi alma, pero en mi caso singular, nunca empujados por religión y dogma alguno, pues respetuosamente no creo en dioses artificiosos como: Ra, Quetzalcóatl, Viracocha, Ala, Zeus o el más popular, un solo dios triunviro, que a la vez es padre, hijo y palomita blanca. Muchas elevadas y hermosas discusiones libré por esto, sin ser vencedor ni vencido, pues la fe ciega de mis congéneres, no admite razones lógicas ni evidencias. Pero se puede elucubrar durante años hasta que llegue un ser de otras galaxias y planetas, por tanto, esperémoslo. Pero lo que si sentí vehementemente es ir en respetuosa visita donde mis padres. Fui a dormir en mi camper al Cajas al borde de una laguna. Apenas la luna se colocó en su platea, los encontré tomados de la mano y risueños. El regazo de mi madre protegía: razón, lógica, ternura y el más claro pensamiento, mientras que en los dedos de mi padre jugaban: bondad, paciencia, prudencia, humildad y generosidad ilimite. Estaban felices en aquella catedral cristalina rodeada de basalto, donde tiempo atrás, con mis hermanos, esparcimos sus cenizas tibias que mutaron bellamente en espejos y cantos de arroyuelos. Pequeñas olas movidas por el viento, centelleaban con luz de luna. La basílica donde ellos moran tiene como dosel fantástico, refulgentes estrellas y centellas, esperando ser sustituidas por un amanecer de fuego que todo lo incendia y lo ilumina. Las nubes, simulando ser piedras blancas, fueron esculpidas por otro Miguel Ángel y a modo de cariátides, el vapor envuelto en sus cenizas que brota tenuemente del espejo de las aguas, parecía esculturas de Corradini con maravillosos velos transparentes que dejan ver pezones y suspiros. Altar y púlpitos de piedras robadas de los riscos, se sentían travertino pasado por manos de otro Bernini. Se transformaron sus cenizas en brazos de los vientos. Hoy son gotas cristalinas que toman los sedientos. Vapor que fuga de las aguas para ser humedades, rocío y miles de gotitas en bellas telarañas como en el mejor ejemplo de collares y pendientes. Me abrazaron. Me convidaron sus mieles y misterios y cuando la tarde caía entre nuestras risas, nostalgias y cariños, se despidieron en el momento en que se prendían como antorchas: quinuas, frailejones, orquídeas, chuquiraguas. (O)