La máquina del tiempo

Hernán Abad Rodas

El encierro forzado por la pandemia del COVID-19, nos sorprendió a todos, en medio de la normalidad a la que no le habíamos puesto atención ni la comprendíamos; hasta que, en forma imprevista, como si se tratara de un desastre natural que acaba de arrasarlo todo, nos hundimos en la oscuridad, abatidos por la angustia, la incertidumbre y la desazón.

Además de las preocupaciones económicas y del futuro brumoso que se perfila en el horizonte, el encierro para algunas personas ha resultado insoportablemente tedioso.

Sin embargo, a los que nos gusta leer, esta pandemia nos ha servido para ponernos al día con esas obras que se iban acumulando en las librerías, o, en un intento por regresar a nuestros mejores tiempos, hemos vuelto a esos libros, aquellos que nos sobrecogieron y nos arrancaron lágrimas.

La lectura o goce de los libros, ha sido considerada siempre entre los encantos de una vida culta y respetable para quienes se conceden rara vez ese privilegio. Es fácil comprenderlo cuando comparamos la diferencia entre la vida de un hombre que no lee y la de uno que lee.

Leer nunca ha sido una actividad solitaria, ni siquiera cuando la practicamos sin compañía en la intimidad del hogar. Es un acto colectivo que nos avecina a otras mentes y afirma sin cesar la posibilidad de una comprensión rebelde al obstáculo de los siglos y las fronteras.

Anhelamos ver por otros ojos, pensar con otras ideas y sentir otras pasiones. Presos de la prisa, hemos arrinconado la educación de la paciencia. En esta época acelerada, los libros emergen como aliados para recuperar el placer de la concentración, de la intimidad y la calma.

La máquina del tiempo existe: son los libros. Sin ellos habríamos olvidado a los griegos temerarios que se lanzaron a un peligroso experimento de responsabilidad colectiva al que llamaron democracia. Nos han inspirado  ideas: como los derechos humanos, la confianza en la ciencia, la libertad, la salud universal, la educación obligatoria, el valor de un juicio justo y la preocupación social por los débiles y desamparados.

Vivimos en un mundo convulsionado, para emancipar nuestros corazones y liberar nuestro espíritu, seamos amigos de los libros, y comencemos a leerlos: el menú de la lectura es interminable, lo único sensato que podemos hacer es participar del festín, y no quejarnos de la monotonía de la vida. (O)