La muerte es ciega y sorda

David Samaniego Torres

Los vendavales no respetan jardines. Las flores mueren a destiempo y su belleza llega a mezclarse con el barro de los caminos. La pandemia que nos azota, que un buen día dejará de ser tal, en el mundo y en nuestro Ecuador mata sin distingos, extingue sin cálculos, se lleva a menores y ancianos, viaja sin destino específico y se afinca en seres que no la esperaban dejando hogares tristes, agobiados por la ausencia de personas que se fueron sin saber que se iban y que hoy ya no están donde siempre quisieron estar.

María Teresa Noboa Cevallos de Bonilla se nos adelantó. Conocí hace ya bastantes años a Mariquita, así la llamábamos. Con amigos comunes disfrutamos del calor de su hogar. Oscar Bonilla, su esposo, fue nuestro boleto de ingreso. ¿Cómo la recuerdo?

Mariquita fue dueña de una alegría contagiosa. Su palabra oportuna, precisa y concisa; su risa explosiva y su sonrisa afable fueron compañeras habituales. Sus ojos vivaces dejaron en quienes los miramos la satisfacción de haberla conocido y de ser sus amigos. Atenta, cordial, de conversación ágil y motivante, llevó en su interior una carga inagotable de un ser agradecido con Dios y con la vida. MARIQUITA fue una conjunción envidiable de cuerpo y alma. Presiento que en el cielo se habrá festejado su llegada. MARIQUITA te vamos a extrañar mucho, muchísimo.

Oscar Bonilla, ameritado psiquiatra guayaquileño, sus hijos y quienes la conocimos personalmente o a través de la televisión, con seguridad tenemos de ella la misma imagen, los mismos recuerdos, la misma sorpresa y también dolores parecidos. Duele muy hondo saber que una mujer excepcional, una madre cariñosa, una comunicadora social motivadora, una persona culta con ganas de vivir intensamente cada día, un buen día, sin existir razones ni pretextos para ello se siente mal, se agrava y sin percatarse emprende un viaje sin despedidas y solo con el anhelo inconsciente de regresar a Dios quien le dio la vida. Mariquita nos deja con sus setenta años de vida un largo índice de todo aquellos que podemos y debemos hacer para justificar nuestras existencias; para lograr que no seamos epítomes fútiles ni ensayos malogrados, sino jornadas llenas de sabor a justicia, a hermandad, a entrega a causas nobles y al amor de todo lo bello, creado y soñado.

Toda vida deja huellas. Las hay que marcan senderos: GRACIAS MARIQUITA! (O)