Calamidades ambientales 3

Hernán Abad Rodas

Es indudable, que la contaminación ambiental constituye un grave problema de salud pública. Como sostienen muchos intelectuales, el futuro del género humano dista mucho de ser brillante. Cuando consideramos el estado actual del mundo, los desastres que se producen con tanta frecuencia y los datos científicos que predicen nuevas calamidades, no podemos sino preguntarnos si la humanidad sobrevivirá en el siglo XXI.

Ecuador es uno de los países más diversos del mundo, también está entre los más susceptibles a padecer las consecuencias del cambio climático.

Mediante el empleo masivo de la ciencia y la tecnología, el hombre ha llegado a desarrollar una capacidad de causar desastres mayores que los de la naturaleza. Parece incuestionable que el poder que el hombre adquirió sobre su medio ambiente, ha alcanzado un grado, en el que podría determinar su propia destrucción, si éste continúa empleándolo al servicio de su codicia.

La naturaleza humana es codiciosa, porque este tipo de avidez es característica de su vida; el hombre comparte este rasgo con otras especies no humanas, el ser humano, gracias a su conciencia, puede darse cuenta de su codicia, puede saber que su propia vida, basada únicamente en el poder para dominar a la naturaleza, es destructiva para sí mismo.

Las acciones necesarias, para anular las consecuencias perniciosas del poder humano, deben ser acciones de orden ético, y no sólo legales. Los políticos, las autoridades nombradas para velar por el bien común, los directores de industrias, etc; deben afrontar la responsabilidad en los desastres provocados por el hombre.

La creencia de que los progresos científicos y el desarrollo material, pondrán fin a las calamidades provocadas por la contaminación ambiental y la acción humana, es sólo un modo de distraer la atención, y apartarla de la necesidad de una revolución en la ética humana.

Considero que una actitud religiosa frente a la vida humana y a su medio ambiente, nos orientará para reconocer de nuevo, así como lo reconocían nuestros antepasados, de que, a pesar de su excepcional poder, el hombre es una parte de la naturaleza, y que debe coexistir con el resto de ella, si desea sobrevivir.

La naturaleza nos tiende sus brazos acogedores y nos invita a alegrarnos de su belleza, para ella todos están vivos y son libres.

La sabiduría eterna a través de la naturaleza nos habla frecuentemente en un lenguaje misterioso, mientras el hombre permanece asombrado y sin voz. (O)